Una epidemia a finales del siglo XVIII obligó a las autoridades en Asunción a tomar medidas drásticas, según los vívidos testimonios de padres de las Misiones.
No hace falta hablar de la riqueza de los archivos. El de Asunción del Paraguay a pesar de haber pasado ese repositorio en su triste historia por alguna depredación, es un modelo a imitar. Tuve ocasión de investigar en él algunas tardes en ocasión de mis viajes a esa ciudad como invitado de la Academia Paraguaya de la Historia y comprobé la atención de sus directivos y empleados, además de excelentes referencistas. Algo que empezaron hace años emulando el modelo de la exitosa PARES de los Archivos Españoles, y que ofrece una importante fuente primaria de información mientras que nosotros, con nuestra errática política en la materia, atrasamos muchísimo. En esa fuente digital hemos encontrado el documento que vamos a comentar y que en estos tiempos resulta por demás interesante.
El R.P. Guillermo Furlong S.J, en su biografía del sacerdote jesuita José Cardiel, menciona las epidemias que vivió este sacerdote en las Misiones, la primera de sarampión, que así describió el protagonista: “Habiendo caído enfermos cura y compañero del pueblo de San Juan, en donde hacía mucha riza esta enfermedad, hallándome yo cerca, tuve orden del Superior de marchar al socorro. Fui con presteza. Hallé que los Padres tenían prevenido y bien asistido un hospital cabal, allí llevaban todos los enfermos”. Después de la misa matutina, las confesiones, y después el Viático y la Extremaunción, “iba a los entierros, morían cada día 9 a 10. Era pueblo de 900 familias. Enterrábalos en dos entierros, uno de adultos en una grande hoya, y otra de hacecitos de flores de párvulos”. Él mismo cayó “al punto enfermo de un agudísimo accidente de que convalecí después de muchas semanas”.
El relato de la segunda, en 1735 y 1736, de viruelas dice que fue “tan cruel, que en poco tiempo llevaba millares de personas a la sepultura en algunos pueblos. Y era de tal calidad, que en dando a uno en una casa, luego se les pegaba a todos. Dispuse un buen número de cabañas fuera del pueblo en sus cercanías, y otras más bien formadas, más lejos. Cuando alguno caía algo enfermo, lo llevábamos a las primera. Si la enfermedad mostraba no ser de viruelas, lo cual se reconocía en pocos días, lo volvíamos a su casa. Si era de viruelas lo llevábamos a las segundas cabañas, y se quemaba la primera y se hacía otra de nuevo. Así se conseguía el que no se pegase el mal a los de su casa, y que el que iba a las cabañas en duda de si su enfermedad era la de la peste, no contrayese ésta por entrar en donde otro apestado hubiese estado, que también se pegaba por esto”. Más cuando se aplacó el mal, continúa, “proseguían las viruelas, no morían más que uno o dos cada mes. Más para que se vea la cortedad de los indios, a los principios les comenté a todos la acerbidad de esta enfermedad, lo pegajosa que era. Les encargué mucho que ninguno se acercase al sitio de los apestados, porque moriría luego, como sucedía en otras partes. Puse guardias para que ninguno lo hiciese. No obstante varios iban a escondidas, y entraban en los aposentos de sus parientes, y juzgo que éstos casi todos murieron”.
Como vemos, campeaba la ignorancia, cosa increíble en estos tiempos, pero solo la cuarentena y ningún contacto podían salvar muchas vidas. Sin embargo la fuga de las Misiones de muchos guaraníes que iban en busca de comida, junto con el movimiento de tropas y el tráfico fluvial, facilitó la propagación del contagio, que llegó a Asunción y a otras ciudades costeras en lo que hoy es Paraguay.
Terminada la revolución de los comuneros había asumido la gobernación del Paraguay Martín José de Echauri, en diciembre de 1735, y tuvo a su cargo la difícil tarea de aplacar los ánimos de la agitada provincia. Nacido en Pamplona a fines del siglo XVII, había combatido como soldado en Italia y en la Guerra de Sucesión; en 1717 se enganchó en un batallón que llegó en los navíos de Andrés Martínez de Murguía a Buenos Aires, donde tuvo como compañero de viaje a Juan Antonio Artigas, abuelo del general oriental. Justamente en esa banda del río, en 1719, desempeñó distintas funciones, entre ellas la de expulsar del puerto de Maldonado a una división de barcos franceses al mando del capitán Moreau, que habían bajado a tierra y levantado unas barracas con el indudable propósito de establecerse allí y dedicarse al comercio de cueros.
Hombre cercano al gobernador Bruno de Mauricio de Zavala, fundador de Montevideo, lo llevó en su Ejército a la Asunción en 1725. Casó en 1731 con Francisca Larrazábal, miembro de una extendida y reconocida familia porteña. Fue gobernador de Montevideo hasta 1740 y, establecido en Buenos Aires, falleció el 8 de enero de 1761. Sus restos reposan en la iglesia de Santo Domingo, de esta ciudad.
Fue Echauri quien el 21 de junio de 1736, desde Asunción, ordenó al sargento mayor de la Plaza de Lambaré que hiciera cumplir su notificación “a los Pilotos que vienen a esta Ciudad en botes de las otras provincias, que no permita el desembarque de ningunas personas de cualquiera calidad o estado de las que vienen en dichos botes a que se desembarquen ni desembarquen de este en ningún paraje, sino que prosigan su camino hasta llegar a la otra banda frente a nuestra Ciudad, donde se mantengan hasta otra orden que se dará por este Gobierno, so pena al piloto de cien pesos corrientes aplicados al ramo de guerra y de destitución por cuatro meses en la jurisdicción de la Ciudad de las Corrientes, donde será remitido a su costa, y así mismo a la persona que desembarcare y de perder lo que desembarcare para el mismo ramo, y puesto por diligencia la notificación de los Pilotos, y que la hará de manera que los que vienen en dichos botes la oigan y entenderán, para que la observen y cumplan de voluntad de este Gobierno, y para así efectuarla dicho Sargento Mayor luego que reciba esta Orden ponga gente en la costa del río y parajes precisos de ella por donde han de pasar dichos botes, para que los hagan arrimar a tomar puerto y hacerles las notificaciones y firmé con testigos por enfermedad del único Escribano”. Como vemos el mal estaba haciendo de las suyas hasta en el notario, por lo que los vecinos asunceños Mauricio de Peralta, Ignacio de Torres y Guzmán y Matías de Encina firmaron con el gobernador Echauri el documento.
Al día siguiente ya Peralta notificaba a los pilotos y lo informaba con la firma de dos testigos, sin embargo a Asunción se habían adelantado dos pilotos y gente sin la precedente noticia, los que también fueron puestos al tanto de la medida de esperar en la otra banda, según lo firmó el capitán Francisco Xavier Benítez.
Un documento que hemos rescatado por la tecnología puesta al servicio de todos, algo para celebrar e imitar en estos días en que trabajar desde la casa en estas cosas resulta imposible. Ya volveremos próximamente con otras historias de aquellos días en aquella ciudad.
* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación y correspondiente de la Academia Paraguaya de la Historia