Después del “hombrecito del azulejo”, el autor encara en este artículo otro cuento de “Manucho” sobre los padecimientos de los primeros habitantes de la Ciudad.
El pasado 7 de abril publicamos una nota titulada “Mujica Láinez y el hombrecito del azulejo”. Hoy vamos a evocarlo con el primer cuento de la “Misteriosa Buenos Aires” titulado “El hambre” y situado en 1536, en aquella primitiva Buenos Aires fundada por Pedro de Mendoza.
Le corresponde a Ulrico Schmidel, un alemán enganchado en esa expedición que nos dejó el relato minucioso de aquellos días y que fue publicado por primera vez en 1567, cuando ya nada quedaba de aquellos míseros ranchos a orillas del Plata.
De su “Derrotero” leído por historiadores y algunos interesados tomamos ese párrafo donde narra el hambre y la desesperación de esos hombres que Mujica Láinez cita textualmente y lo hizo aún más conocido: “Fue tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas; hasta los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido. Sucedió que tres españoles robaron un caballo y se lo comieron a escondidas; y así que esto se supo, se les prendió y se les dio tormento para que confesaran. Entonces se pronunció la sentencia de que se ajusticiara a los tres españoles y se los colgara de una horca. Así se cumplió y se les ahorcó. Ni bien se los había ajusticiado, y se hizo la noche y cada uno se fue a su casa, algunos otros españoles cortaron los muslos y otros pedazos del cuerpo de los ahorcados, se los llevaron a sus casas y allí los comieron. También ocurrió entonces que un español se comió a su propio hermano que había muerto”.
Como bien lo relató en su libro “La miseria y la peste en la Edad Media” el recordado doctor Federico Pérgola, en el capítulo referido a la primera señala: “En el 1033 el hambre que azotó Borgoña fue tan despiadada como la antropofagia de sus habitantes, que albergaban huéspedes para ahorcarlos y luego devorarlos mientras hacían lo propio con los viajeros y los niños que, descuidadamente, se alejaban de sus padres”. Las pestes “ayudaban también a crear desabastecimiento y encarecimiento de los alimentos. Aunque las pestilencias, como hemos relatado, hacían más estragos en las ciudades portuarias, tal como ocurrió en Sicilia, como cuenta Di Piazza, las tierras continentales no quedaban indemnes porque a la rata no le costaba mucho trasladarse”.
Justamente esa miseria se dio en aquella primitiva Buenos Aires y también, según Martín del Barco Centenera, una peste que así relata: “Una pestilencia grande hubo venido / de que muchos Guaranís murieron / que carne de cristianos han comido / la peste les sucede atribuyeron / también por desabrida aborrecido / la tienen , según muchos me dijeron / que más les sabe carne de un pagano / que no la del español o castellano”.
Documento valioso para conocer la vida de los pueblos a fines del siglo XVI y hasta 1767 son las “Cartas Anuas” que enviaban los padres provinciales de la Compañía de Jesús del Paraguay, que incluía lo que es nuestro territorio, al Superior General a Roma. Allí es permanente el comentario de las pestes y epidemias, ligadas a las hambrunas y a las miserias.
Magistralmente y con excelente bibliografía, Mujica Láinez trazó esas escenas de Buenos Aires, que en su tiempo se hacían leer a los alumnos en las escuelas y que también fue llevada al cine en 1982 con un importante suceso. Alberto Fischerman fue el director de la película “El Hambre”.
Seguramente los lectores van a tener interés en volver a recorrer esas páginas, pero de no tener a mano el libro, queda este sitio de la Biblioteca del Maestro para poder hacerlo y seguramente será un homenaje a ese gran escritor argentino que fue “Manucho”, ya que falleció en su residencia de Cruz Chica un 21 de abril de 1984.
* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación y correspondiente de la Academia Paraguaya de la Historia