Campaneá cómo el cotorro/ va quedando despoblado/
todo el lujo es la catrera/ compadreando sin colchón
(Tango “Viejo smoking”)
El 16 de abril, día de Santa Engracia y San Benito, pasará a la historia de los desasosiegos argentinos como efemérides del primer “default” u oferta hostil a acreedores del siglo XXI. “Esto es lo mejor que tenemos para ofrecer, no nos falta voluntad sino que no hay un cobre”. Millones de ciudadanos acojonados por miedo al virus y la estrechez económica, están siguiendo las “breaking news” en el nuevo modo todo virtual. Para hallar bombos, choripanes, abrazos y besos hay que ir a los files pre Covid-19.
Alberto Fernández va hacia el toro con su libreto audaz y de escudero. Martín Guzmán, el broker ad hoc guionado por Joseph Stiglitz y aupado por el multibilletera George Soros, dos a los que el boom neokeynesiano les ha elevado el cachet. La pandemia ha detonado la macro y la vida de tutti quanti, no sólo en la gran y minúscula Argentina, obviamente. En el mundo resulta creíble cualquier cero para esta crisis, desde entidades o sabiondos de turno y se han abierto de par en par las compuertas del fin a la ortodoxia monetaria. En el Norte, donde contagiados y muertos se cuentan por miles, y en el Sur carente, que urgido, apiñado y pobre ya vislumbra el descontrol tan temido de la epidemia.
Henos aquí, sobre una montaña de cadáveres, bañados en alcohol en gel. Y en medio del reseteo económico y financiero, ése que agoreros vaticinaban pero que nadie imaginaba vendría amortajando a millones de pobres y ancianos. Son tiempos de virus y metáforas, de las pocas cosas gratis en la pan-pesadilla: la directora-gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, dice que “de la misma manera que el virus afecta a las personas con comorbilidades, que son más vulnerables, golpea más duro a las economías con dificultades preexistentes”, y pone como ejemplo a la querida Argentina.
(Nada es para siempre, primer paréntesis: El maldecido y acudido organismo financiero no deja de ser otro fruto del orden internacional en crisis. Sostenido y vetado -al igual que la OMS, Unesco y decenas de burocracias devenidas de la ONU- por EEUU, la potencia económica y militar de dos siglos, hoy asediada por China en una guerra impredecible. Donald Trump, el que vino a romper la globalización, ha tenido que pasar las Pascuas en el respirador de la OPEP+G20 porque la “oil price war” ha llevado el barril a valer como una cerveza, arrasando al negocio del fracking de Eagle Ford y Marcellus, mientras N.Y. pugna por salir de su espiral mortuoria y el efecto virus arrasa con billones de acciones de Wall Street).
Volvamos a dónde íbamos I. En ese desmadre planetario, Argentina vive su “system turn off” bordado de sucesivos anuncios e insuficientes resoluciones de una cuarentena emparchada y federal repleta de colisiones, contradicciones y problemas logísticos. Un centenar de empresarios PyMEs, esparcidos por el país, me cuentan su increíble vía crucis. “Parado, todo está muerto”, “sin ninguna perspectiva”, “los bancos no existen”, “asfixiado, destruído”, “en un mes naufragó una empresa de décadas”, “nos estamos comiendo el capital de trabajo”, “tenemos paralizados todos los proyectos”, “nadie paga un centavo, todo está cortado”, “no estamos pagando impuestos, aportes patronales, nada, para pagar salarios”. El encomillado es técnico, sintético, los relatos son angustiosos, como el lector imaginará. Pero están hechos polvo todos los segmentos: hay consultores y coaches que multiplicaron la demanda de claridades y pronósticos. Saber cómo sigue esto no tiene precio.
¿Y ahora qué hacemos? Argentina eligió hace un mes entre “las bolsas o la vida”, como repite Alberto, y tras esas decisiones encadenadas y sucesivas, el cruce de curvas cartesianas hoy da complicado. El crac social y económico que lógicamente arrastra al fisco, vuelve insustentable la parálisis total que prescribirían los sanitaristas, que hoy prevén una explosión de enfermos entre mayo y junio, sobre todo en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) que integran la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. “Nos vamos más preocupados que cuando vinimos”, dijo a este cronista un legislador anoche, después de escuchar en la Comisión de Salud del Senado a Ginés González García, el ministro del área que confesó el temor oficial por un estallido viral en el populoso Conurbano. Pero lo que más preocupa al sistema de salud es la primera línea de fuego, como pueden caer contagiados los trabajadores de la salud, por déficit de equipamientos o protocolos, lo cual convertiría a los combatientes del mal en sus propagadores, como ocurrió y con variados índices de fatalidad en España e Italia.
El comentado avión que partió a China debería traer equipos de protección sin los cuales los hospitales y clínicas podrían tornarse en escenarios de terror. Una primera alarma se encendió ayer con los contagiados en San Martín.
(Nada es para siempre, segundo paréntesis: Es temprano para saber cómo se parará el mundo frente a una China indetenible y a Rusia, la madre de todos los desvelos, dos autocracias diversas que podrían exportar su “modus vivendi” a países ricos y pobres donde, a caballo de frustraciones y pobrezas, simpatías no faltan. La recesión global, la más severa desde el fin de la última guerra mundial, derivará en la consolidación de recortes a la vida democrática y en revueltas sociales de magnitud porque antes del coronavirus ya la desigualdad venía haciendo añicos contratos sociales en decenas de naciones).
El escritor español Fernando Savater descree de la ilusión “new age” de que el ser humano saldrá de este trance más noble y cuidadoso del espíritu, el prójimo y el ambiente. “Esta es una pandemia más y todas la anteriores volvieron al ser humano más miserable”, dice. Necesidades y herejes suelen dormir juntos, aunque ronquen.
Volvamos a donde íbamos II. Cada sopa tiene su caldo y la Argentina afronta esta pandemia con sus picantes. Alberto y Cristina no son lo mismo o el primero trata de ser otra cosa, con variada suerte. Difieren en el rictus frente a las crisis, un talón de Aquiles para CFK, estilos de mando y también en decálogos porque “Agenda Argentina”, la plataforma intelectual albertista, es socialdemocracia pura al lado del filochavismo de “Carta Abierta”, que impregnó el discurso oficial en el gobierno cristinista. Pero el doble comando acaba de cerrar filas frente a la amenaza exterior y contragolpeó a las demandas de un recorte de gastos de la política con otro hachazo más a los patrimonios más pudientes.
Capsiosos decían que los US$ 3 millones de piso para el Impuesto Patriótico antivirus, que recaudaría de US$ 2.000 a 4.000 millones, no es capricho algebraico sino la medida para que no alcance a ningún legislador en sus fortunas. Sólo los senadores Roberto Basualdo y José Alperovich serían alcanzados por la máquina de cortar boludos a la que aludía el inmortal Tato Bores.
¿El dilema es numérico o simbólico? Está visto, como quedó patente en el reciente “fideogate” y en decenas de anécdotas que el barrio conoce, que el oscuro aljibe de la política no se llena con los sueldos por planilla, pero el inefable Roberto Cachanosky volvió a mostrar sus Excel: US$ 5.200 millones suman los salarios de los tres poderes nacionales, provinciales y municipales. Juguemos juntos fue el mensaje de los operadores de la Casa Rosada a la Suprema Corte cuando, a fines de marzo, los altos jueces amagaron con bajarse un 20 por ciento sus voluminosas mensualidades exentas de impuestos a las Ganancias. La intentona fue olvidada.
Mientras todo esto sucede entre fortunas confesas y ocultas, entre miserias humanas públicas y privadas, el Ejército volvió a la calle a repartir guisos donde más duele el hambre. Y la demonizada Gendarmería vuelve a patrullar el océano delicado de La Matanza, como en tantas imágenes de la sufrida América Latina.
¿Está todo mal entonces? Depende donde estés parado porque nunca falta un roto para un descosido y cada crisis es una fuente de oportunidades. Detrás de miles de emprendedores que este invierno podrían perder el fruto del esfuerzo de su vida, afilan sus colmillos decenas de especuladores e inversores con anchas espaldas, dispuestos a prontos salvatajes. Son los que se quedarán con empresas, carteras de clientes, flotas de transportes, parques de maquinarias, posiciones en el mercado, recursos humanos calificados a cambio de monedas que aflojen la soga del ahorcado. En las fotos de la “beautiful people” dentro de un lustro probablemente haya caras nuevas, surgidas de este desastre.
Nada de esto es nuevo en la Argentina, que lleva tatuados los colapsos de 1975, 1989 y 2001. Este tobogán que termina en afiladas navajas no se montó en un día, veníamos repletos de enfermedades preexistentes. Por eso también el contrapeso numeroso de lo que fue Cambiemos tiene problemas serios para plantear sus focos. Adiós ortodoxia fiscal, “you can wait sitting”, queridos acreedores. ¿Qué raro, cómo que el banco no te presta guita? ¿Seguro que hay colas para cobrar/pagar?, dicen desde el Poder Ejecutivo, el único que permaneció abierto al público en la emergencia.
Por fin nos pusimos de acuerdo en algo y el barbijo, ahora tapaboca, es obligatorio. Lo importante ahora es sobrevivir al maldito Covid-19. Cuando vuelva a sesionar el Congreso podría recalcular y declarar a 2020 como el Año de Charles Darwin, por aquella máxima de “no es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente el que sobrevive. Es aquel que es más adaptable al cambio”.
* Director Mining Press y EnerNews