La historia es refugio de la experiencia. Aquí un artículo que relata cómo llegó y cómo se enfrentó la peste hace un siglo, en Buenos Aires.
Torcuato de Alvear fue un gran intendente porteño durante la presidencia del general Julio Argentino Roca y aún con su sucesor, el doctor Miguel Juárez Celman, entre 1883 y mayo de 1887. Se ocupó de darle a Buenos Aires el mayor nivel y lo logró en ese período, adelantándose en comprender el futuro que se avecinaba por la gran masa inmigratoria.
Después de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 había cambiado la fisonomía de la ahora capital de la República y, siguiendo el modelo francés, no sólo en edificios sino en cuestiones de higiene y salubridad, esto fue lo primero que atendió el nuevo intendente. Lo secundaban dos profesionales eminentes: uno, el doctor Guillermo Rawson, exministro de Bartolomé Mitre, legislador y destacado médico. Por una afección en la vista se había trasladado en 1881 a París para someterse a un tratamiento y durante ese año pudo apreciar los adelantos en materia de higiene pública en la Ciudad Luz, los que al volver a Buenos Aires volcó en enseñanzas en la cátedra de Higiene en la Facultad de Medicina y asesorando al intendente Alvear. Digamos de paso que estableció un premio anual con sus magros recursos para el mejor trabajo sobre Higiene que se presentara en esa casa de estudios.
El otro médico, José María Ramos Mejía, fue el encargado de fundar y dirigir en 1883 la Asistencia Pública, ubicada en la calle Esmeralda, donde hoy está la plazoleta Roberto Arlt. Fue un modelo de avanzada y prestó servicios por casi seis décadas y hoy el SAME sería su continuación. Atendía cualquier accidente en la calle por el Centro y era común escuchar ante cualquier episodio, por simple que fuera y necesitara el servicio médico, “lo llevaron a la Asistencia Pública”.
Este organismo habría de tener especial relieve cuando la epidemia de gripe de 1918. Aquel año los porteños vieron nevar en junio y las bajas temperaturas se extendieron hasta bien entrada la primavera. En septiembre los diarios anunciaron los primeros “brotes de la epidemia de influenza, que reinó hace algún tiempo en la península ibérica”, con algún pesimismo. Entraron barcos provenientes de Europa con casos de gripe y muertos en el viaje, por lo que los sospechosos fueron internados en cuarentena en el Hospital Muñiz.
El 15 de octubre ya la ciudad había detectado la gravedad del mal, que de algún modo se había minimizado. Un informe muy interesante de lo realizado en ese momento por los encargados del tema fue transcripto por el historiador de la medicina Rafael Berruti, quien afirma: “Nada tenemos que objetar a lo hecho desde un principio por la Dirección de la Asistencia Pública. Ha puesto en práctica lo mejor que la ciencia aconseja para tratar de disminuir su propagación como ser: cierre de escuelas, de espectáculos públicos en locales cerrados y hasta de impedir reuniones en los cafés hasta altas horas de la noche. Con su aplicación severa por el tiempo que se ha juzgado oportuno, se ha tratado de evitar no solo el contagio inmediato sino que disminuya la resistencia individual, obligando en lo posible a la mayoría a permanecer en sus casas. Estos medios generales junto con la hospitalización y en cierto modo aislamiento de los enfermos que ha hecho en lo posible, constituyen la base de profilaxis que se le puede exigir. A pesar de medidas tan buenas y oportunas, de ningún modo creemos que la epidemia se hubiera desarrollado en forma tan benigna y terminado en tan breve plazo, si no hubiéramos contado con un aliado eficaz, que ha sido la estación en que la epidemia se inició: la primavera, época del año poco propicia, como estamos acostumbrados a ver para el desarrollo de la grippe”. En las medidas algo semejante a lo que vivimos al presente.
Correspondió al doctor Emilio Coni, un destacado médico higienista, llevar adelante el detalle estadístico, en el que no dudó en contradecir a las autoridades porteñas: “Todas las autoridades sanitarias de la metrópoli han venido repitiendo diariamente que la pandemia de gripe reinante ha tenido marcado carácter de benignidad. Para demostrar que esta afirmación no es del todo ajustada a la verdad, voy a recurrir a datos estadísticos que obran en mi poder… Durante veintidós días del mes de Octubre los registros mortuorios de la capital presentan 129 defunciones de gripe, o sea más menos seis por día y en sus complicaciones habituales, 247 de bronco-neumonía y 122 de neumonía, lo que da un total de 369 defunciones, o sea 16.7 por día, proporción jamás observada en los años anteriores, de manera que el excedente lógico es atribuirlo en este año a la gripe. La mortalidad general comenzó a ascender en los días 20, 21 y 22 de octubre, fecha probable de la importación de la enfermedad por el vapor Demerara y desde dicho día siguió una progresión ascendente para disminuir un poco el día 30 y sensiblemente el 31, representado por solamente 69 defunciones, es decir, más o menos la cifra habitual. Durante el mes de Octubre fallecieron en el municipio 2.671 personas, correspondiendo 905 a la primera quincena y 1.766 a la segunda. Conviene recordar que en mes de Septiembre sucumbieron 1.729, es decir, 37 menos que en la segunda quincena de Octubre. Por consiguiente, resulta para este último mes 942 defunciones más que en Septiembre. En Octubre de 1917 se registraron 2.306 defunciones y 2.671 en Octubre de este año, es decir, 365 más en favor del último, cifra que representa con mucha aproximación la mortalidad producida por la gripe”. A comienzos de diciembre del mismo año, cuando mortalidad de la gripe ya había descendido, el doctor Coni hizo un primer resumen de lo observado durante la pandemia, había durado 25 días, siendo 12 días de octubre y 13 días de noviembre.
Es común escuchar en los programas de televisión las dos opiniones, de los que están a favor de la rigurosa cuarentena, especialmente muchos profesionales de la salud cuya opinión sin duda debe ser tenida en cuenta, y la de políticos, periodistas y otros que hablan como economistas del problema que aflige materialmente al país. En aquellos años el doctor Coni escribió: “La pandemia de gripe que ha atacado durante el período de un mes próximamente, a 400.000 individuos en la capital, ha determinado una pérdida financiera de diez millones de pesos moneda nacional, teniendo presente los días inutilizados para el trabajo, los gastos de enfermedad, los perjuicios originados al comercio y a la industria, etc., etc.”. Parece que la historia se repite 101 años más tarde.
La epidemia generó el agradecimiento a los médicos de Asistencia Pública, cuyos nombres ignoramos, en un tango cuya carátula presentamos gracias a la gentil colaboración de mi discípulo Eduardo A. Fusero, hábil en hallar cosas casi imposibles. La pieza se tituló “La Grippe. Tango Contagioso”, con música de Alfredo Mazzuchi y letra de Antonio Viergo, y decía: “No me hablés más de la gripe. / No me hablés más de la gripe / porque soy muy aprensivo / y ya siento un tip tip tipi tipi tipi tipi / en el tubo digestivo / La limonada Rogé, / la limonada Rogé, / rápido corro a comprar / porque me quiero purgar / y me voy luego a acostar para sudar. / No te acerqués a mi lado, mi china. / No te acerqués que he tomado quinina. / Y cada vez, china, que te acercás / sube el termómetro diez grados más”.
Se recomendaba la desinfección de la boca y la garganta con soluciones de agua oxigenada, o con un preparado de aceite y mentol, recomendado también para inhalaciones; como hoy no se encuentran alcohol en gel y barbijos, entonces también llegó a escasear el alcanfor. Y, hasta como vemos, un tango se ocupaba jocosamente de las precauciones a tomar, como algunos ingeniosos por Whatsapp, que ahora parodia canciones populares.
* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación