Un esclavo de los Urquiza y el gesto de Manuel Belgrano

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En esta crónica el autor advierte sobre el distinto trato que daban unos y otros a los negros a comienzos del siglo XIX.

Las afecciones que sufrían los esclavos en viaje al Río de la Plata, y la posible entrada de enfermedades a su destino, motivaron un especial cuidado. Fue el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, de gran preocupación por la salud de la población como que a instancias suyas se creó el Tribunal del Protomedicato, que ordenó al Cabildo “que si los negros bozales introducidos exceden las cuatro piezas, no podrán entrar antes de hacer constar su sanidad”.

Disposiciones que se volvieron a repetir en 1802, aunque treinta años antes Concolorcorvo (Seudónimo del autor de una obra titulada “El lazarillo de ciegos caminantes”, 1773) calculaba que la población de color representaba casi una tercera parte de la porteña, y cuando pasó por Córdoba se estaban comerciando 2.000 negros que habían pertenecido a los bienes de los jesuitas, ya entonces administrados por la Junta de Temporalidades.

En 1793 se atribuyó a un desembarco, que muchas veces era clandestino, la epidemia de viruela que ese año azotó Buenos Aires. Hubo un caso no menor que sucedió en Montevideo cuando el navío “El Joaquín”, fletado desde Mozambique por don Martín de Álzaga con una carga de ébano, como se llamaba porque transportaba 300 hombres de color, al arribar al puerto fue tal la mortandad por la viruela que llegaron sólo 30. Realmente una película de ese viaje podría llamarse “El barco de la muerte”. Álzaga se irritó y dijo que todo era por la falta de agua porque no habían muerto tripulantes sino sólo negros. Los que llegaron fueron puestos en cuarentena por orden del médico Juan Cayetano Molina, que en su informe denunció que esa forma de tratar a los esclavos era “inhumana y execrable”.

Don Mateo Ramón de Álzaga y Sobrado fue uno de los grandes comerciantes de Buenos Aires. Dueño de una gran fortuna, había llegado con 22 años en 1756 desde la Villa de Castro Urdiales, en Vizcaya. Casó en 1772 con María Francisca Cabrera y Saavedra, con la que tuvo ocho hijos, algunos de los cuales dejaron descendencia hasta el presente. Él murió en abril de 1786, cuando su mujer estaba embarazada de María Isabel, que nació el 30 de junio de ese año, de la que descienden los De Elía. Digamos de paso que, como bien lo documentó Bernardo Lozier Almazán, estos Álzaga no tienen parentesco alguno con don Martín, al que acabamos de mencionar, el defensor de Buenos Aires en 1807, error derivado de que Enrique de Gandía suponía un parentesco que no existía y que había influido en su llegada a Buenos Aires.

Pero don Mateo sí se ocupó que viniera a Buenos Aires, donde él era alcalde del Cabildo, su sobrino José Narciso de Urquiza y Álzaga, hijo de una hermana suya; era un mozo de apenas 12 años nacido en Portugalete que llegó a nuestra ciudad en 1774 y quedó bajo su tutela.

En 1789 se instaló en la Concepción del Uruguay, donde compró campos, fue teniente de gobernador y alcalde en 1800 y comandante militar de esa provincia por decisión del virrey marqués de Avilés, cargo en el que continuó hasta 1810.

Casó con Cándida García y tuvo varios hijos, entre ellos Justo José. José Narciso, en algunas biografías preparadas casi a medida del personaje y mucho más en aquellos tiempos para no molestar a sus descendientes, afirma “que reconoció la Junta Provisional de Buenos Aires, formada con motivo de la Revolución de Mayo”, lo que es cierto; pero omiten que cuando en setiembre de 1810 la Junta le comunicó que la comandancia dependía de la tenencia del gobernador, “presentó su renuncia del empleo, no obstante creemos que se mantuvo como simpatizante de la monarquía”.

El potencial creemos se puede confirmar en el Archivo del General Belgrano, que algo tuvo que ver con ese tema. En diciembre de 1811, Juan Moreno “esclavo de don José de  Urquiza, en el Arroyo de la China”, se dirigió al Gobierno en estos términos: “Que después que su amo fugó con los europeos por enemigo de nuestra causa, se presentó al general don Manuel Belgrano con el objeto de servir a la Patria, que sabido por su ama, le ha hecho padecer infinito, especialmente después de la retirada de nuestras tropas: que al fin pudo fugar y se acoge a la protección del Gobierno”.

Esto revela que Urquiza se fugó y que su mujer, doña Cándida García, debía ser bastante brava, por usar un término suave, y esto prueba la forma en que algunas familias, no todas, trataban a los esclavos. Como vemos el sentido de propiedad llegaba a que debían opinar del mismo modo que sus amos.

Claro que todo esto podían ser dichos del moreno, porque además uno de los delitos que mucho se perseguían era la fuga de los esclavos de sus amos, así que a Juan Moreno lo dejaron en depósito hasta aclarar todo y el 24 de diciembre el gobierno pasó la nota a conocimiento del general Belgrano. Éste el 8 de enero contestó en estos términos que no dan lugar a duda sobre el pensamiento de Urquiza y el comportamiento de su mujer: “Asegura ser verdad la exposición del esclavo y que es probable que nuestros enemigos traten de la ruina total de los infelices esclavos adictos a nuestro sistema; pero que a su honor se opone el depósito mandado, y suplica se le excuse”. Belgrano habla del honor del un esclavo y pide se lo excuse de los días pasados en depósito para aclarar su situación. Un ejemplo digno de destacar.

El 3 de febrero el gobierno dispuso lo siguiente: “Agréguesele al servicio de las armas en el Regimiento de Pardos y Morenos Patricios”. Este artículo honra a Belgrano y saca del olvido con nombre y apellido a uno de aquellos negros que lucharon en nuestras guerras de la Independencia, honor a ellos en la persona de Juan Moreno.

* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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