Continuando con las crónicas sobre las epidemias pasadas, el autor relata aquí el papel del doctor Señorans en la peste de 1871. Y algunas otras anécdotas.
No recuerdo dónde, pero leí en una nota hace muchos años que un buen susto se llevó el que transportaba en un carro los muertos por la epidemia de fiebre amarilla al cementerio ya que el finado se movió e iba en esa carga por error. Claro, a este señor -según creo de apellido Pittaluga- lo habían cargado porque era tanto el alcohol que había tomado que estaba casi muerto. Para más recuerdo que era cerca de la actuales calles Corrientes y Medrano, lo que me llevó a pensar que era muy cerca de la quinta del doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, que se encontraba en el solar donde hoy se levanta el Hospital Italiano, en la calle Gascón.
Las damas de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires desarrollaron una ponderable actividad. Con la oriental Luisa Muñoz de Cantilo, importante promotora de la institución, instalaron en la Quinta de Leslie, ubicada en las actuales calles Paraguay y Azcuénaga, un lazareto que pusieron bajo la dirección del doctor Adolfo Señorans.
Éste era un reconocido profesional, porteño, que se había recibido en 1857 en la Facultad de Ciencias Médicas con una tesis sobre el Diagnóstico diferencial de las hemorragias que se efectúan por la boca”. En lo profesional había adquirido un notable prestigio en la sociedad porteña, aceptó la tarea de la Sociedad y llevó como segundo al practicante Pedro F. Roberts.
La actuación de ambos fue destacada, pero el 15 de abril Señorans murió víctima del flagelo. El diario La Tribuna escribió al dar la noticia de su muerte que “no quiso ser perjuro como tantos otros miserables de su profesión, que en esos momentos habían huido cobardemente del peligro”, lo que sin nombrarlos habla de ciertos personajes. Otra necrológica afirmó: “El gran facultativo, el sabio médico que hasta ayer llevaba diariamente la salud y el consuelo a más de 300 enfermos atacados de fiebre, ya no existe. He aquí otra vida heroica perdida en el naufragio de estas vidas”. Alguien dijo que Señorans “era la personificación más genuina de la virtud sobre la tierra”. Entre otros pacientes tuvo a la dama chilena Pilar Spano, viuda del general Tomás Guido y madre del poeta Carlos Guido Spano, quien en una carta exaltó las virtudes de Señorans.
Al año siguiente, el gobierno sancionó la ley 773 y le otorgó a la viuda e hijos del médico una pensión retroactiva al día del fallecimiento. Los restos de Señorans fueron sepultados en el cementerio de la Chacarita, habilitado para estos casos.
El 19 de julio de ese año, los serenos de ese lugar fueron sorprendidos por un ruido lejano e insistente. Con algún temor llegaron al rato al lugar, alumbrados por un modesto farol. Éste enfocó al momento una escena digna hoy de una película de Alfred Hitchcock: dos personas vestidas con túnicas y cubiertos por altos bonetes blancos sostenían un farol rojo que iluminaba la tumba. El terror se apoderó de esos pobres guardianes, a quienes no les daban los pies para huir de la escena.
Se me ocurre que a lo mejor, para pasar la noche, le habían dado a alguna bebida espirituosa; sea esto cierto o no, a la mañana le informaron al director lo que habían visto. Fueron al lugar y con sorpresa encontraron que lo sucedido había pasado en la tumba del doctor Señorans, que estaba abierta y sin el ataúd. El hecho dio tela para cientos de comentarios en la prensa de la época y en los corrillos de la ciudad. Intervino la policía sin éxito alguno.
El doctor Oscar Vacarezza sostiene que los familiares del médico no estaban conformes con el lugar en el que estaba sepultado y, cuando quisieron hacerlo en la Recoleta, estaba prohibido por orden del gobierno, por lo que los restos fueron introducidos en forma clandestina en ese cementerio, donde permanecieron hasta 1925, desde cuando descansan en el de San Isidro.
* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación