Nubes, agua, falta de escurrimiento, viñedos en problemas y un desierto con arenas bajo el agua: el panorama del cambio climático.
En Mendoza llueve no más de 200 milímetros al año, en promedio.
Durante cada enero, uno de los dos meses más lluviosos junto con febrero, caen habitualmente unos 40 milímetros. Parece poco, pero es mucho para un lugar que no está preparado para la lluvia, sino para vivir con cielos abiertos y muy escasa humedad.
Sin embargo, en dos días, llovió esa cantidad de agua sobre el área metropolitana de Mendoza, con un millón de habitantes y resultó prácticamente una tragedia que desnudó carencias de todo tipo: infraestructura, pobreza, mantenimiento.
Habituada a que sus crisis provendrían de los sismos repentinos y furiosos, la lluvia no estaba en los cálculos de los mendocinos. Sus acequias –copadas por basura- ya no sirven para escurrir las precipitaciones que se producen en forma de tormentas y la sociedad y el Gobierno se ven desbordados con facilidad ante unos baldazos de agua.
El meteorólogo local Carlos Bustos reseñó que “vamos a tener que acostumbrarnos” a esta Mendoza húmeda y por lo tanto, avisó que hay que tener el paraguas abierto en un lugar en donde ni siquiera se consiguen con facilidad.
El fenómeno de “El Niño” que afecta a la provincia cuyana “durará hasta entrado el otoño con lluvias y tormentas prácticamente a diario”. De hecho, tras las fortísimas nevadas en la cordillera de los Andes este invierto, que hacía más de 20 años que no se registraban en esa magnitud, sobrevinieron altas temperaturas y lluvias también en la alta montaña que ya han provocado cuatro aludes sobre la ruta internacional a Chile, antigua y de escaso ancho: una novedad, ya que estaban acostumbrados a que solo la nieve interrumpiera el paso de los mendocinos al vecino país, tanto como de camioneros de Brasil y Paraguay.
Según Bustos, “se trata de uno de los cuatro fenómenos más intensos de los últimos 50 años” y dejó postales tales como la zona desértica limítrofe con San Luis, en Desaguadero, con arenas completamente tapadas por el agua, algo nunca visto por los pobladores locales.
Mendoza, “la tierra del buen sol y del buen vino”, supo indemnizar 50 años atrás, como promoción, a los turistas que sufrieran “algún día de cielo nublado”, haciendo alarde su escasa humedad. Hoy eso ya no existe. Bustos explicó que “habrá mucho más días nublados y de temperaturas de 34 o 36 grados, antes normales para Mendoza, pasaremos a máximas de 29 o 30”, lo que –se sabe en la industria principal de la provincia, la vitivinicultura- afectará la calidad de los vinos que requieren de sol intenso y una variabilidad térmica amplísima a lo largo del año, además de condiciones de sequedad ambiental que, por ahora, no se consiguen allí.