El 7 de enero de 1986 el mexicano, autor de “Pedro Páramo”, dejó este mundo para recalar en Comala, su tierra mítica.
Se pueden agregar matices, se puede añadir un dato oculto, pero el autor de “Pedro Páramo” es, por suerte, reivindicado en todo el continente americano como uno de los sus “padres” literarios. Por eso, hablar del escritor mexicano Juan Rulfo es sumamente fácil porque, a esta altura, está todo dicho.
Por eso, convoquemos a los que saben y hagamos una nota de citas, es lo mejor: “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura”, sentenció, quien si no, el escritor que más amaba los rankings y las sentencias definitivas como sus cuentos: Jorge Luis Borges.
Uno de los notables coterráneos de Rulfo, Carlos Fuentes, fue un poco más allá: “Cierra para siempre -y con llave de oro- la temática documental de la Revolución, Rulfo convierte la semilla de (Mariano) Azuela y (Martín Luis) Guzmán en un árbol seco y desnudo del cual cuelgan unos frutos de brillo sombrío: frutos duales, frutos gemelos que han de ser probados si se quiere vivir, a sabiendas de que contienen los jugos de la muerte”.
Otro ilustre mexicano, Octavio Paz, prefiere resaltar los “retratos” de sus narraciones: Rulfo “nos ha dado una imagen -no una descripción- de nuestro paisaje. Como en el caso de Lawrence y Malcolm Lowry, no nos ha entregado un documento fotográfico o una pintura impresionista sino que sus intuiciones y obsesiones personales han encarnado en la piedra, el polvo, el pirú. Su visión de este mundo es, en realidad, visión de otro mundo”.
¿A qué se debe estos enormes elogios? Teniendo en cuenta que Rulfo sólo escribió tres libros extraordinarios (¡Nada menos que tres libros extraordinarios!), su valoración está centrada en la calidad de su narración: una prosa de gran expresividad y concisa (jamás la llamaríamos minimalista) que pinta la realidad de los campesinos de su tierra. De todos modos, el nacido en Jalisco trascendió siempre la mera anécdota social y le otorgó una dimensión metafísica.
Los quince cuentos de “El llano en llamas” (1953) y la novela “Pedro Páramo” (1955) parecen ser una introspección de la realidad mexicana, donde cohabitan la realidad y la fantasía, lo misterioso y lo diáfano.
Es que Rulfo, nació en la villa campesina de Apulco y habitó la ciudad de San Gabriel, ambas en Jalisco, donde fue testigo de las fuertes supersticiones de los campesinos y del culto a los muertos, como así también de la llamada “Revolución cristera”, en 1926.
Después de una carrera como estudiante de abogacía frustrada y un empleo burocrático en la Secretaría de Gobernación como agente de inmigración, Rulfo fue integrante, a partir de 1942, de la revista “América”, dirigida por Marco Antonio Millán, donde en 1945 se publicó su primer cuento: “La vida no es muy seria en sus cosas” y luego “¡Díles que no me maten!”
Ese mismo año, la revista “Pan” de Guadalajara publicó “Nos han dado la tierra” y “Macario”, dos de sus cuentos de “El llano en llamas”.
Finalmente, en 1953, la prestigiosa editorial “Fondo de Cultura Económica” publicó “El llano en llamas” y, al año siguiente, Rulfo pasó a trabajar en el Departamento de Publicidad de la casa Goodrich.
Pedro. Recién en 1955, aparece su novela “Pedro Páramo”, la que de inmediato le daría fama mundial, no tanto por la cantidad de ejemplares vendidos sino por la unanimidad de los elogios, tanto de sus pares como de los críticos literarios.
En los años ’60, Rulfo escribió guiones cinematográficos, uno de los cuales, “Paloma herida”, tuvo un gran éxito en 1963. Ese mismo año, apareció su novela corta “El gallo de oro”, el último ítem de su magistral carrera de escritor.
Recién en 1970, México lo homenajeó como se merecía y recibió el “Premio Nacional de Literatura”. Lo propio hizo España en 1983, cuando le otorgó el “Príncipe de Asturias de la Letras”. Así se convirtió en un escritor definitivo.