De 35 años de edad por entonces y divorciada de su primer marido, vivía en un pequeño departamento en el barrio de Prenzlauer Berg, ahora muy de moda.
Cuando se produjo la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989 por la noche, Angela Merkel, hoy canciller de Alemania, se encontraba “como todos los jueves a esa hora” en una sauna de Berlín oriental y soñaba con ir a comer ostras al Oeste.
La “mujer más poderosa del planeta”, quien dirige la primera economía europea desde hace nueve años, practicaba una de las actividades preferidas de los alemanes en invierno. “Los jueves siempre iba al sauna con una amiga”, reveló recientemente a un grupos de escolares berlineses.
En aquella época, Merkel, nacida en Hamburgo pero criada en la RDA, trabajaba como física en la Academia de Ciencias de Berlín-Este. De 35 años de edad por entonces y divorciada de su primer marido, vivía en un pequeño apartamento en el barrio de Prenzlauer Berg, ahora muy de moda.
Antes de dirigirse al sauna, aquella noche llamó a su madre, quien vivía a 80 kilómetros al norte de Berlín. Ella acababa de escuchar que los alemanes del Este podrían viajar al exterior libremente.
El Muro estaba a punto de caer, pero durante aquellas horas confusas nadie se lo creía de verdad. “Ciertamente, no entendía muy bien lo que se decía”, admitió la dirigente conservadora.
“Una broma” circulaba entonces en la familia. Si el Muro caía, Angela llevaría a su madre a “comer ostras en Kempinski”, un hotel de lujo de Berlín occidental. Al teléfono, Merkel previno a su madre: “presta atención, mamá. Algo está ocurriendo hoy”. Tras colgar se fue a la sauna.
La Historia se acelera. Y mientras Merkel disfrutaba de su baño de calor seco, la Historia moderna se aceleraba. El primer punto de paso del Este al Oeste se abría. Los corchos saltaban de las botellas de vinos espumosos para celebrar el fin de un mundo dividido desde la Segunda Guerra Mundial.
Volviendo a casa, “vi a la gente que se dirigía” hacia el punto de paso a solamente unos pocos centenares de metros de allí. “Nunca olvidaré aquello, eran quizás las 22h30, o las 23h00, incluso algo más tarde”, rememora.
“Yo estaba sola pero seguía a la muchedumbre (…) y de golpe todos nos encontramos del lado oeste de Berlín”.
La entonces anónima Angela Merkel, quien ya había viajado al Oeste, bebió su primera cerveza del otro lado en un apartamento en el que ni siquiera conocía a sus ocupantes. “Recuerdo que era una cerveza en lata y yo no estaba acostumbrada”, señala.
Sin embargo, en aquella noche histórica, la ahora canciller pensó en el despertador que sonaría temprano por la mañana y decidió regresar a su casa.
Muy pronto abandonaría la Física para emprender su carrera política. En 1990 era electa diputada por la Unión Demócrata-cristiana (CDU), entonces dirigida por su antecesor, el canciller Helmut Kohl. En enero de 1991, asume su primer puesto ministerial.
Eso sí, nunca pudo satisfacer aquel sueño ahora lejano. “Nunca fui a comer ostras a Kempinski con mi madre”, reconoce.