La casi certeza de que Jorge Milton Capitanich volverá a ejercer la gobernación del Chaco –algunos allá, en el norte, aseguran incluso que será el próximo 17 de octubre, fecha cara a la liturgia peronista– abre la vacante deseada por Axel Kicillof, que aspira a la jefatura de Gabinete y cuenta, para eso, con el aval de Cristina Kirchner.
La Presidenta piensa darle todo el poder a Kicillof en sus últimos 14 meses de gobierno aplicando un singular sistema de premios y castigos: los números del ministro de Economía no pueden ser peores si se los compara con sus antecesores de la propia gestión kirchnerista, pero se ha resuelto con un trámite que la culpa la tienen el impacto de la crisis económica internacional –primero– y, más cerca en el tiempo, los “fondos buitre”.
La alta inflación, la falta de crédito, la cotización del dólar “blue”, la caída de las importaciones y la recesión se profundizaron desde que Kicillof ocupa el despacho principal del Palacio de Hacienda, pero la conspiración sinarco-internacional está detrás de todas y cada una de estas desgracias. No cabe duda de que los “buitres” tienen socios locales, tanto en el sistema financiero como en los multimedios, pero la operación política del oficialismo busca encubrir los errores manifiestos del ministro fetiche de Cristina y líder intelectual de “La Cámpora”, agrupación con la que ella ha decidido arroparse en su último año de gestión.
El “neocamporismo” explícito de las últimas semanas conduce a polarizar con el “pejotismo”, que busca una salida moderada de Cristina que conduzca a una candidatura de consenso en el peronismo. Pero eso no es lo que quiere la Presidenta, convencida ya de que la única manera de condicionar a un candidato “light” (¿Daniel Scioli?) es con una porción del 30 por ciento de votos en las PASO para un candidato “cristinista” de “paladar negro” (¿Kicillof?). De ese modo su proyecto político tendría al menos dos años de un poder significativo en el Congreso si se da el hecho de que en la primera vuelta de las presidenciales del año próximo la “torta” se divide en tres o hasta en cuatro.
Cristina considera que necesita un “shock” antes de fin de año. En otras crisis algunos se ilusionaban con que diera mensajes favorables a los mercados para enderezar su barco, pero está claro que esto no va a ocurrir, sino todo lo contrario. Todavía con poder para hacer daño la Presidenta parece decidida a pegarse un tiro en el pie: en lugar de moderación hablará a través de Kicillof, un ministro que desearía ser José Ber Gelbard pero al que la historia le reserva, apenas, el lugar de un malentendido.
Si “La Cámpora” es lo que es con todo el poder y el presupuesto que tiene detrás, no es difícil imaginar lo que será cuando se aleje dela Casa Rosada. El “cristinismo” es una organización clientelar que, a diferencia de lo que fue el primer peronismo, opera en la sociedad a través de organizaciones políticas y sociales con cuadros bien pagos. Los hay con mayor inserción social. Y los hay con una mayor proporción de agentes profesionales. Aunque muchos queden dentro de la nómina salarial del Estado, después del 2015, sin manejar los presupuestos que hoy manejan están condenados a diluirse.
Esto no significa reducir el impacto de las políticas de inclusión social al clientelismo que, sin duda a su sombra, muchos ejercen. Esas políticas probablemente sean el único legado de Néstor y Cristina Kirchner, más allá de las críticas que su puesta en práctica genere, a veces con buenas intenciones, la mayoría de las veces con cuotas importantes de “gorilismo”.
Si Kicillof en efecto se sube a la jefatura de Gabinete en los últimos meses de la Administración Kirchner, no es posible imaginar otra cosa que una radicalización del proceso de deterioro político, económico y social que hoy se avizora, aunque en el primer trimestre de 2015 se alcance un acuerdo con los “fondos buitre” que ganaron el juicio en el despacho de Thomas Griesa, en Nueva York. Esto si Kicillof no le explica a Cristina –o Cristina lo entiende así– que no hay motivos para arreglar con ellos y, en cambio, sobran las razones políticas para seguir enfrentándolos. Ya llegará el tiempo de acusar a quienes acuerden, luego de 2015, de “cipayos”.