Dulce, dulce, Primavera

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La primavera, por estos tiempos, está relacionada con la idea de renovación, resurrección y nuevo crecimiento. En América latina es símbolo de juventud y de estudiantes. Muchos artistas pintaron sobre ella, pero la más famosa es la de Sandro Botticelli.

Desde siempre los artistas se desafían para representar en imágenes, palabras o ideas abstractas, y para eso muchos recurrieron y recurren a las alegorías. Entre ellos Sandro Botticelli, que en rigor se llamaba Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi y a quien el Botticelli le viene de uno de sus tres hermanos mayores, al que llamaban Botticello no se sabe si por borracho o porque era gordo como una botella. El artista adoptó ese apodo como apellido y acortó su nombre en un alarde de anticipación marketinera. Fue discípulo del pintor Fray Fillippo Lippi en la ciudad de Prato durante tres años y después regresó a Florencia a trabajar en el taller donde también estaba Leonardo Da Vinci.

Para 1470 Botticelli era un joven de 25 años con mucho talento, abrió su propio taller y ya desde un comienzo sus obras mostraron una gran delicadeza en el tratamiento de los rostros y una forma de trabajar como si la tela fuera un friso, un bajorrelieve, sin grandes contrastes de luz, que con los años cambiaría. Apenas abrió el taller recibió un pedido importante: una pintura para la sala del Tribunal de los Mercaderes. Su fama trascendió y lo llamaron de la ciudad de Pisa para hacer un fresco en la catedral, que hoy está perdido. En 1481, el Papa Sixto IV llamó a varios artistas respetados en Florencia y Umbría, entre ellos a Botticelli, para que pintasen frescos en las paredes de la Capilla Sixtina. Para realizar las obras los pintores tuvieron que aceptar unas convenciones representativas comunes a todos, de manera que la obra final resultara homogénea. Los pintores debían usar la misma escala de dimensiones, la misma estructura rítmica y representación paisajística, y una sola gama cromática con adornos de oro que hiciera resplandecer las pinturas con la iluminación de las antorchas y las velas. Las obras que Botticelli realizó para la Capilla Sixtina fueron tres recuadros sobre hechos de la vida de Moisés y sobre la tentación de Cristo. En Roma estuvo dos años, tras lo cual vuelve a Florencia en 1482, donde ilustró la Divina Comedia del Dante Alighieri.

A finales del siglo XV, el ambiente florentino cambió, reapareció Savonarola, un predicador obsesionado sobre el fin del mundo que se transformó en un líder que estableció una república que condenaba todo aquello que representaban los Médicis, como los objetos de lujo y el arte. El 7 de febrero de 1497, Savonarola organizó la “Hoguera de las Vanidades”, en la que se quemaron objetos saqueados de las casas ricas porque representaban la decadencia moral de la ciudad. Un hermano de Botticelli fue seguidor de Savonarola y en la hoguera se quemaron unas cuantas obras de Botticelli. El Ejército del Papa intervino y Savonarola fue quemado en la misma hoguera el día 23 de febrero de ese año, convirtiéndose en un antecedente de los futuros inquisidores.

Botticelli atravesó una vejez en la pobreza y recibió ayuda de antiguos mecenas. Nunca se casó y fue denunciado en 1502 anónimamente por sodomía con uno de sus ayudantes.

El florentino realizó entre 150 y 180 obras, entre las cuales hay numerosas obras religiosas así como grandes composiciones profanas y mitológicas. También realizó varios retratos de sus mecenas y el famoso perfil del Dante con corona de laureles. Botticelli fue ignorado durante siglos hasta que su figura y su obra fueron recuperadas a mediados del siglo XIX.

Murió el 17 de mayo de 1510 y fue sepultado en la Parroquia de Ognissanti, en Florencia, con su verdadero apellido, Filipepi. El principal museo que contiene obras de este artista es la Galería de los Uffizi de Florencia.

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