En cada acto, el nombre de su mamá \”Silvana Alguea de Rodríguez, es el primero de una larga lista de 85 víctimas que se lee en orden alfabético.
Gabriela Rodríguez tenía apenas ocho meses cuando su mamá murió el 18 de julio de 1994 en el atentado a la mutual judía (AMIA), y al cumplirse 20 años de aquel día, dice no saber lo que es la justicia.
“No sé lo que es la justicia, no sé si creo en ella o no, no me convence ningún significado”, dijo esta joven estudiante de arquitectura en una entrevista con la agencia AFP.
En cada acto por el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), el nombre de su mamá “Silvana Alguea de Rodríguez, 28 años”, es el primero de una larga lista de 85 víctimas que se lee en orden alfabético.
“Cuando era más pequeña e iba a los actos de homenaje, estaba desprevenida y de repente escuchaba el nombre de mi mamá, porque era el primero de la lista y eso siempre me chocaba. Después cuando iban por la mitad de la lista pensaba: ¡cuántos son!”, contó Gabriela.
La joven asegura que este 20 aniversario del atentado más cruento de la historia argentina, la involucra de manera especial ya que comienza a tomar la posta de la lucha por la memoria y reclamo de justicia en un hecho que nunca fue esclarecido.
La justicia argentina acusa a ex altos funcionarios de Irán de la autoría intelectual del ataque, lo que Teherán niega y un acuerdo entre ambos países firmado en 2013 para avanzar en la investigación, quedó en suspenso tras ser declarado inconstitucional por una Cámara Federal en Buenos Aires.
Otra línea que apuntaba a expolicías por la llamada “conexión local” terminó en un juicio anulado en 2004, y fue exonerado el primer juez, a quien luego procesaron por encubrimiento al igual que el ex presidente Carlos Menem.
Gabriela confiesa que ahora se está acercando más al activismo para la memoria de este atentado, dijo a la AFP la joven de fuerte identidad judía, transmitida por la familia de su mamá más que por su propio padre, Daniel Rodríguez, de 53 años.
Esposo y padre joven, Daniel de repente se quedó solo con una beba, y su compromiso de memoria tomó un camino más político, como militante en una de las tres organizaciones de familiares de víctimas, críticas de la dirigencia judía.
“A medida que Gaby se fue haciendo grande, empecé a sentir más alivio, porque dejé que haga su mirada sobre el asunto. Yo me preguntaba siempre cómo se lo iba a explicar. Fue muy fuerte quedarme solo con ella, tenía ocho meses”, sostuvo Daniel.
Gabriela sufrió la falta de su mamá: “Yo me acuerdo que cuando era más pequeña me ponía mal y decía que la extrañaba. Y un día mi papá me preguntó qué era lo que extrañaba de ella y me hizo pensar. En realidad no extrañaba nada porque no me acordaba de nada”, señaló.
“Me di cuenta de que lo que necesitaba y necesito era ese referente materno”, admitió.
Ella elige hacer la entrevista frente a un árbol que su papá plantó en homenaje a su mamá, por iniciativa de unas ex compañeras de trabajo de ella en la plaza Flores de Buenos Aires, lejos de la AMIA.
Paradojas del destino, el matrimonio Rodríguez se había ido a vivir a Israel en un kibutz en 1990, poco antes de que se desatara la guerra del Golfo, pero regresaron un año después.
“Nos molestaba lo de la guerra, pero lo que más nos pesaba era que Silvana extrañaba mucho. Tuvo muy claro que nunca se iba a adaptar y no se quiso quedar”, recordó Daniel.
Tres años más tarde Silvana moría en el atentado que destruyó los siete pisos del edificio -ahora reconstruido- de la AMIA, en pleno Once.
“Por eso, yo concluí que no te podés escapar a ningún lado”, dijo Daniel.
En un viaje reciente a Israel, una amiga de su mamá le contó a Gabriela “una cosa que fue muy movilizante”, tanto que no recuerda casi nada más de esa conversación.
“Estaban en medio de la guerra (del Golfo), un día mi mamá se levantó histérica, le dijo a su amiga que se quería volver a Argentina, que no aguantaba más porque en Israel ‘hoy estás vivo y mañana no sabés’. Estaba alterada porque había soñado que moría en una explosión”, contó.