Acaso nos cruzamos con ellos (1)

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Los ataques a la Embajada, una delegación diplomática, y a la AMIA, una mutual, en la década del 90, son conocidos en nuestro país como “los atentados”.

Sin adjetivos, aclaraciones o parrafadas. “Los atentados”. Son marcas.

Dos acontecimientos históricos extraordinarios que signaron el final del siglo XX en la Argentina.

Hay otras marcas. Las hay: la impunidad con que se efectuaron los atentados y la que hubo inmediatamente después. Bien puede decirse que la impunidad y los ataques se modelaron juntos, como una sola roca, como un monstruo, como un viento de fuego sobre los ojos de un niño.

Me pregunto, ¿son invisibles quienes planearon la masacre de la Embajada, quienes la ejecutaron, quienes los protegieron, quienes debieron ser querellantes y no lo fueron, y quienes debieron investigar y no lo hicieron?

El poeta Daniel Chirom, mi amigo, escribió en su poema “Elías”:

“Las puertas de lo invisible,
Son visibles. “

Después de los horrores, de superar las heridas, de procurarme asistencia por mi propia cuenta, pude levantarme. Dejar atrás los escombros, limpiarme la sangre y la tierra, obligarme a soltar mi dolor, mi cuerpo, mis sentimientos. Así y todo, sólo podía dormir dos horas cada noche. Despertar semanas tras semanas, mes tras mes, en la mitad de la noche sobre un charco de agua en el colchón.

¿Qué hacer con este dolor? ¿Alguien puede elegir el papel que ocupa en una tragedia? Cuando una ola en la playa empuja a un nadador lejos de la costa o contra las piedras, no hay opciones. La ola no pregunta. Te tira.

Hace unos años pensé de que era tiempo de dar un paso, que consistió en pasar de ser una víctima a ser un testigo. Entendí que es uno quién tiene que dar un testimonio para mantener viva la memoria. Los muertos no pueden.

La victima puede ser una imagen congelada del sufrimiento. Que se encuentra atrapada en un pozo, sin encontrar la salida, en un círculo vicioso que se retro-alimenta.

Ser testigo fue un paso adelante que me permitió salir de esa trampa y caminar. No enfrenté a la bomba. Era inútil. No debo hacer frente a un fantasma. Me hice cargo de lo que pasó, la acepté y la sumé a mi mochila.

Cuando digo caminar, estoy diciendo mirar hacia adelante, pero con la actitud del montanista, que camina cuatro pasos hacia arriba, pero cada cuatro pasos mira hacia abajo para mantener la referencia. El testigo da un testimonio por los que no pueden hacerlo.

Pasaron días, semanas, meses, años y sabemos lo mismo que al principio.

Lo que ocurrió nos atravesó a quienes estuvimos allí, lo llevamos puesto como para no olvidarlo.

Todavía esperamos saber quienes fueron los responsables materiales y políticos, quienes fueron los que no titubearon en hacer estallar esa casona en el barrio norte de la ciudad sin importarle la muerte de sus propios compatriotas.

Acaso nos cruzamos con ellos más de una vez por la calle, sin saberlo.

* Jefe de Prensa de la embajada de Israel en Argentina al momento de su voladura, el 18 de marzo de 1992 (aquicohen@gmail.com)

(1) Esta columna fue publicada inicialmente en gacetamercantil.com el 17 de marzo de 2014 en ocasión de un nuevo aniversario del atentado contra la embajada de Israel. El 20º aniversario de la voladura de la AMIA justifica su republicación.

 Foto de Jorge Cohen: gentileza del diario “La Nación”

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