Cincuenta años sin Edith Piaf

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Conocida como \”el gorrión de París\”, fue sin duda la cantante francesa por excelencia y una de las voces más pasionales del siglo XX.

Hace 50 años fallecía como consecuencia de un cáncer hepático Edith Piaf, la cantante considerada emblema de la ciudad de París y cuyo mito creció a niveles gardelianos desde su muerte.

Nacida como Édith Giovanna Gassion el 19 de diciembre de 1915, murió con sólo 47 años luego de una vida agitada y riesgosa y su partida logró empañar en los medios la muerte de Jean Cocteau, uno de los intelectuales más rutilantes de Francia, ese mismo 11 de octubre de 1963.

Conocida al principio como “La Môme” -que se podría traducir como “la piba”-, fue sin duda la cantante francesa por excelencia y una de las voces más pasionales del siglo XX, cuya vida privada era de dominio público no sólo de sus compatriotas sino del mundo entero.

Fue víctima de una hemorragia interna que puso fin a un cuerpo estragado por drogas legales e ilegales y que debió armonizar las tragedias personales con la adoración de los públicos y una multitud de amantes, con los que buscó paliar soledades y demonios internos.

Con algunos puntos de contacto con la estadounidense Judy Garland, también fallecida a los 47, Piaf solía “regresar” a los escenarios y a las grabaciones luego de crisis periódicas que la obligaban a permanecer más de lo aconsejado en clínicas y hospitales.

De acuerdo con palabras de su hermana Simone, entre 1951 y el año de su muerte Edith sufrió cuatro accidentes automovilísticos, una tentativa de suicidio, una cura de sueño, una crisis de locura, tres comas hepáticos, siete operaciones, cuatro internaciones para desintoxicación, dos crisis de delirium tremens y un edema de pulmón.

Detrás de todo eso había canciones como “Himno al amor”, “Le vie en rose”, “Padam padam”, “Les amants”, “Les amants d’un jour”, “Non, ye ne regrette rien”, “Milord” y “La foule”, que brotaban de su garganta con tanto brillo como aridez y habían hecho de ella un objeto de devoción.

Su relación con los tablados de los grandes teatros fue también intensa, según palabras de Charles Dullin, quien alguna vez le dijo: “Madame, después de Sarah Bernhardt nadie ha tenido en un escenario gestos y actitudes tan hermosos como los suyos”.

En 1944, durante la ocupación nazi, actuó en el Moulin Rouge y allí descubrió a un “chansonnier” llamado Yves Montand, el primer hombre importante en su vida luego de relaciones que poco tuvieron que ver con el amor y quien luego tuvo una notable carrera también como actor.

Dos años después, ya con Francia liberada, Edith filma su tercera película -“Étoile sans lumière”, de Marcel Blistène- y como por primera vez es protagonista consigue un papel para su amor, que luego estelarizó sin ella “Las puertas de la noche”, de Marcel Carné.

Hubo otros hombres, entre ellos el boxeador casado Marcel Cerdan, muerto en un accidente de aviación cuando iba a encontrarse con ella, los cantantes Charles Aznavour y Georges Moustaki y el último, Théo Sarapo, nombre de fantasía de Theodophanis Lamboukas, 20 años menor y finalmente su viudo.

Théo Sarapo -“te amo” en griego- fue el encargado de llevar sus restos desde Plascassier, en los Alpes Marítimos, hasta París, donde a pesar de su visible religiosidad las autoridades eclesiásticas le negaron toda ceremonia por cuestiones “morales”.

Eso no impidió que el pueblo se volcara a las calles a rendirle homenaje, de tal forma que Aznavour reconoció que nunca había habido en París una congestión de tránsito tal desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Edith está enterrada en el célebre cementerio parisino de Père-Lachaise junto a su hija Marcelle, fallecida a los dos años en 1935, y a Sarapo, quien se habría quitado la vida en 1970 después de haberse hecho cargo de las múltiples deudas del “Gorrión” de París.

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