“Soy una escritora chilena que reside en Nueva York”

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La escritora chilena vino a Buenos Aires a participar en el FILBA. Con ella Gaceta Mercantil conversó de su particular mirada sobre la literatura que se escribe en nuestro continente.

GM: ¿Qué relación establecés entre tu escritura y la rica tradición literaria latinoamericana, que ya lleva varias generaciones literarias?

LM: Bueno, yo pienso que la literatura latinoamericana ha sido una fuente muy rica de lectura, es verdad que partí leyendo a los clásicos europeos pero me pareció importante dar esa vuelta y empezar a leer lo propio también, tal vez por eso hice un doctorado porque yo no vengo de los estudios literarios, hice periodismo. Fue esa mi primera educación, por eso mediante los estudios literarios volví como al canon latinoamericano e hice esa lectura más ordenadamente y la pensé como un punto de inicio, no solamente de algunas décadas, sino desde propio siglo XIX, de los comienzos de la literatura para nuestro continente. Entonces, lo que me parece interesante cuando uno hace ese recorrido es una cierta continuidad en un trabajo y una mirada que es masculina y blanca. Creo que viene ya de los orígenes de Sarmiento y Echeverría, esa ciudad letrada que se forma en esos tiempos y que tiene una continuación de larga vida. Entonces también en esa lectura hacia atrás me pareció importante buscar las mujeres, que cuesta encontrarlas y que son muy importantes a partir de los años 80, al margen de las figuras únicas que aparecen puntualmente en ciertos lugares y momentos, pero siempre como figuras únicas y extravagantes. Por eso creo que me nutrí de esa literatura latinoamericana, pero desde un lugar crítico y un lugar que intenta salirse de las zonas de comodidad de lectura que son las que nos ofrecen las editoriales y buscar esas otras escrituras que son las de las mujeres latinoamericanas que son muy poderosas, pienso en gente como Marta Brunet en Chile, Clarice Lispector en Brasil, la Storni, la Pizarnik y mujeres aún más contemporáneas, la lista es larga, pero hubo que buscarlas y rastrearlas.

De hecho, en el siglo XIX, escribían con seudónimo masculino.

Bueno, eso es muy interesante, también una escritora de los años 50 en chile, la Bombal, la María Carolina Geel, Mercedes Valdivieso, etc. Entonces, hay una generación que no se leyó, que hizo un trabajo y una escritura importantes, que pensó el lugar de la mujer en la literatura latinoamericana y eso fue importante para mí como referente, qué estaban haciendo esas mujeres, sobre qué estaban escribiendo y qué vueltas le estaban dando a las versiones más oficiales que también produce la literatura.

Los estudios literarios sobre literatura latinoamericana que encaraste los hiciste en EE.UU. Eso también habla de una inserción en una tradición, porque los intelectuales latinoamericanos de siglo XIX pensaban a su propio país desde Europa.

También pensaban como modelo a los EEUU, el propio Martí estaba escribiendo desde los EEUU, pensaba Latinoamérica desde los Estados Unidos, Sarmiento es otro ejemplo.

Y con la generación del boom, ¿qué diferencias estilísticas, temáticas podés marcar dentro de tu propia generación?

No siento una relación directa con la escritura del boom, reconozco su aspecto experimental y me interesa menos su aspecto exotista, pero, para bien y para mal, ha hecho contribuciones en ese punto me parece. Muestra una América Latina que no se había visto, pero la cuestión más exótica a mí no me interesó, al igual que a mi generación, y hubo unos cuantos parricidios en el medio, por suerte. Pero también hay otra forma de operar que es entender la necesidad de ciertos momentos y ciertas escrituras, más bien separarse pero de una manera menos violenta. Entonces yo me instalo ahí, leo esa literatura, entiendo su momento de producción, me interesa desde ese lugar, pero no me siento afín a ese tipo de escritura. Creo que lo que tuvo esa escritura muy notable es el trabajo con el lenguaje que fue muy riguroso y siento que en parte de la literatura de mi generación, hay un trabajo por llevar la literatura a un lenguaje mucho más plano, y a mí tampoco me interesa mucho ese lugar, a mí me fascina el material de la escritura, la palabra, la asociación y el juego verbal y un cierto rescate de la oralidad, no la sacada de la televisión sino una más creativa. En ese sentido sí me parece valioso lo que hacía el boom porque estaba preocupado por ese material, y lo trabajaba de manera sorprendente y creo que eso se dejó, pero yo no estoy ahí, yo no estoy en ese nuevo momento de lo literario.

También tiene que ver con insertarse en el sistema globalizado y entonces se transforma en una exigencia a la que muchos se someten.

No sé si es solamente un deseo de insertarse, yo creo que también está respondiendo a otro momento de la escritura. Pero sí es verdad que respetar y traducir la lengua, y rescatar el localismo, no tanto por lo local, sino por reconocer la importancia de esa diferencia, eso me parece importante. Todo aquello que no se puede traducir y que por tanto no entra en la maquinaria editorial. Ahora, yo no pensaría que hay un deseo tan explícito en los escritores que borran esas diferencias por estar en el mercado, no necesariamente responde a una necesidad editorial, creo que es una acusación muy fuerte que no me atrevo a hacerla sin saber.

Uno de los cuentos de tu libro “Las infantas” reescribe “La casa de Asterión”, de Borges, cuando en una escena de necrofilia, las infantas matan al sabio ciego. ¿Este crimen literario sería una alusión al deseo de recambio en el campo literario?

Es lindo pensarlo así, yo creo que en ese libro de manera consciente estaba intentando darle vuelta a la poderosa figura paterna que en parte era el dictador, que había estado ahí durante toda mi infancia, pero también hubo un esfuerzo por ampliarlo a las grandes figuras, los grandes padres que nos pesan a todos, que van desde el padre literal o su figura de autoridad hasta figuras más sutiles como el dictador por un lado, pero también la figura de ese escritor incuestionable que termina siendo un peso, y en el caso chileno, está puesto en Pablo Neruda, y ahora, aunque es más lúdico que Neruda, en Nicanor Parra. ¿Cuánto de ese peso marca a los escritores que vienen detrás, casi como a fuego, no? Entonces sí, no lo había pensado de esa manera, pero bonita la idea, en realidad están matando a Borges, como al minotauro.

Una lectura posible de tu escritura es la que une el erotismo con la violencia política, y vos hablaste de matar a esa figura del dictador, a Pinochet, y lo relacionás con Borges, en eso de matar a los patriarcas. Pensaba que esas dos vertientes se unirían en una suerte de síntesis sadista. Eso se puede rastrear en el cuento “Hojas de afeitar” que está incluido en El futuro no es nuestro, la antología que hizo Eterna Cadencia, y también en Las infantas menos explícitamente. Entonces, el erotismo y la violencia, ¿es una forma propia de aludir a la historia política de Chile?

Yo escribí ese primer libro, Las infantas, con 25 años, y en ese momento seguí un poco el impulso, que debió ser de una manera muy inconsciente, las partes iban calzando, entonces no es una reflexión sobre lo que estaba haciendo en ese momento, pero con el tiempo, separándome de mi propio texto y pensando lo que hay allí, vi una serie de ecos que tienen que ver con lo político, pero sin una consciencia clara de lo que estaba haciendo en ese momento, y creo que todo el momento de la dictadura estuvo llena de ecos, en el sentido que mi familia no estaba involucrada políticamente y entonces yo nunca vi nada ni se me contó nada. Pero uno sentía los ecos de la violencia y el miedo, cómo operaba en la familia, los recorridos que se hacían para no pasar por ciertos lugares, los discursos que uno recibía en el colegio, las formas en que te hablaban los médicos, una serie de discursos de mucho poder y yo creo que aunque no viera la dictadura como tal, sí recibimos como una especie de golpes que uno no sabia de dónde venían pero estaban. Con distancia he visto que ese libro registra todos esos golpes y que la respuesta es más lúdica, que usa el erotismo como único recurso de estas niñas, el único poder que tienen estos cuerpos.

Además la cuestión política no está explícita, eso es quizá lo mas interesante.

Pero hay una serie de momentos de violencia, mujeres que son muy violentadas en ese libro.

“La enfermedad y sus tramas” es la charla que diste en el FILBA y es el tema de tu última novela, Sangre en el ojo, la pregunta es ¿qué pasa cuando es el cuerpo interior el que se expone?

Es un relato que surge de una experiencia personal vivida hace bastantes años ya, lo que pasa es que cuando la escribí no pensé en mi persona directamente, usé materiales que me parecían ricos, materiales de la pérdida de la vista, pero nunca lo pensé como una exposición de mi propia interioridad, sino como una exploración sobre efectos de una enfermedad en el cuerpo de esta mujer y los modos en que ese lugar del débil se puede invertir, pero esta vez la inversión no es por la vía de la erótica, sino por dar vuelta a ciertas preguntas, como la incondicionalidad del amor que siempre se le pide a la mujer, la sacrificada, la esposa, etc, y aquí se invierte esa pregunta y en ese proceso adueñarse de ciertas lógicas que son muy perversas, que son las lógicas de dominación del sano-enfermo, reflexionar sobre esa vuelta.

El ojo y todo el campo semántico que evoca esta palabra, ¿no podría ser pensado como una metáfora de la lectura? Ese lugar central que tiene la vista en nuestra cultura.

Es que la vista dentro de los sentidos es el que tiene más poder también, entonces me parecía muy interesante el efecto de lectura de esta novela con una repetición asombrosa y es que varios lectores se me han acercado para decirme cuánto le afectó la novela porque, o tuvo un problema ocular, o tiene miedo de perder la vista, o pesadillas. Una relación con lo visual que me parecía sorprendente. El ojo genera una ansiedad, precisamente porque es el sentido mas poderoso. Por eso la mirada se vuelve hacia el interior, y productiviza lo que se puede ver a través de la memoria, el ojo de la mente. Los americanos hablan del “Ojo de la mente” para referirse a la memoria, “the mind eye”, es muy lindo eso, y ahí es donde encuentra poder el personaje.

¿Y tus planes a futuro para la escritura?

Estoy intentando terminar una crónica que va a salir a fines de año, me muevo un poco de mis temas habituales, pero tiene que ver con un rescate de ciertos orígenes, un rescate fallido. Hay dos partes de esta crónica, una es la vuelta a Palestina, un regreso a un lugar en el que nunca estuve, que en realidad es volver al lugar de mi familia, de la gente que no volvió, porque mi familia es inmigrante Palestina. Entonces narra un viaje a Palestina, como un especie regreso fallido, como un volver que no es volver porque nunca se estuvo, y al mismo tiempo es un volver a Chile desde New York a intentar entender cuál fue la historia de la familia que nunca fue contada, hay un especie de regreso al pasado propio, al familiar, que en ningún caso logra constituirse como regreso.

En eso estoy ahora, tratando de terminar eso, cerrando unos proyectos que me quedaron pendientes para lanzarme ya a la novela que viene que también está un poquito en curso…

¿No querés adelantar nada?

La verdad prefiero que no. Uno cuando está escribiendo no sabe exactamente de qué está escribiendo, cree que va a escribir una cosa y termina escribiendo otra. Tengo mucho material pero no me senté todavía a escribirlo, espero poder empezarlo en enero.

En Nueva York seguirás estando.

Sí, ahí está mi casa. Como buena descendiente de palestinos nos vamos moviendo.

Pero seguís escribiendo literatura latinoamericana.

Yo soy una escritora chilena que reside en Nueva York. Lo que pasa es que llevo muchos años en EE.UU., entonces Estados Unidos como lugar de los latinoamericanos ha entrado en la reflexión de la escritura misma, es un punto de apoyo más.

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