La furia de Cristina con la Corte Suprema, imagen vs. votos y los apóstoles del desastre. Postal de época.
Los tiempos y los hechos se aceleran y se sudeden. Cristina Kirchner ya tiene la certeza de que el fallo de la Corte Suprema sobre los artículos de la Ley de Medios que obligarían al desguace del Grupo Clarín no saldrá de manera inminente. Acusó de esto en privado al presidente del Tribunal, Ricardo Lorenzetti, y a otro de sus integrantes, Juan Carlos Maqueda, quienes habrían influido en los demás miembros del máximo Tribunal para postergar, lo máximo posible, la salida del famoso dictamen.
En público, el pasado lunes, Cristina la emprendió contra el casi centenario Carlos Fayt, que ingresó a la Corte ya grande con la primera reingeniería de la transición democrática. Lo hizo a través de su cuenta en Twitter luego de un acto en el que también había “atendido” a la corporación judicial. “Quiero dejar un país con sus tres poderes independientes de las corporaciones”, disparó.
La virulencia de los ataques de la primera mandataria dan cuenta del nivel del enojo con esa institución que su esposo, Néstor Kirchner, ayudó a oxigenar luego de la impresentable composición que aupó el menemismo. Está claro que esperaba otra cosa.
Cuando aludió al exceso de edad de Fayt, Cristina recordó que la Constitución establece como límite para integrar la Corte los 75 años. De hecho, varios ministros optaron por jubilarse a esa edad. Pero Fayt se aferra a una acordada de la Corte que advierte que podrán permanecer en su sillón si no existen impedimentos físicos. Es decir, mientras se sientan en condiciones y nadie diga lo contrario, o reclame su renuncia por incapacidad, los magistrados podrán quedarse.
Hay quienes aseguran que la Presidente buscaría la salida de Fayt y de Carmen Argibay, quien en el último año participó de pocos acuerdos por problemas de salud. También la de Maqueda, algo que parece todavía más difícil de conseguir.
La ofensiva oficial y la contraofensiva política y mediática en defensa del sistema judicial tal como se lo conoce hoy tienen como telón de fondo los preparativos para una elección de mitad de mandato crucial para el modelo vigente. Las resistencias de lo que el kirchnerismo llama la corporación judicial, aliada a la corporación mediática, se ven todos los días con las decisiones de jueces que se oponen a la elección por votación popular de los integrantes del Consejo de la Magistratura; y por las decenas de columnas de opinión que se publican advirtiendo por la “colonización” del servicio de Justicia por parte del kirchnerismo. Este martes, por ejemplo, para Adrián Ventura hay “Una Cristina dispuesta a ignorar todos los límites”; en la misma edición de La Nación, otro columnista, Fernando Laborda, escribió sobre “El efecto Lanata en la imagen de Cristina”; y desde Miami el incombustible Andrés Oppenheimer se animó a retratar “El fisco energético argentino”.
Muchas de las llamadas políticas del Gobierno de la “década ganada” son objetables. De hecho, el propio viceministro de Economía, Axel Kicillof, destrozarlas ante una comisión del Senado cuando fue a defender la confiscación de las acciones de Repsol en YPF por parte del Estado nacional. A su lado, el arquitecto de esas políticas, el ministro de Planificación, Julio de Vido, asentía con la cabeza, lo mismo que el “ingeniero” que las puso en práctica, el secretario José López. Por sus manos pasó el mayor presupuesto de la historia en materia de infraestructura, lo que llevaba el sello del pensamiento de Néstor Kirchner, quien consideraba que la obra pública era clave para salir de la crisis de la cual ya se estaba rebotando cuando asumió el poder, el 25 de mayo de 2003. Desde la televisión opositora, ahora, se insiste en que la otra cara de esa “política” era el manejo de esa caja fenomenal para beneficio propio. Lázaro Báez sería quien encarnaría las dos caras de esa moneda, si algún día se prueba en la Justicia.
Entretanto, el objetivo de dañar la imagen del Gobierno ya fue alcanzado. Resta por ver ahora si se traduce esa caída en pérdida de caudal electoral. Las encuestas más serias anticipan un deterioro, pero se parte de aquel 54 por ciento de octubre de 2011 o incluso del 40 por ciento del 2009. Y el oficialismo no divide sus adhesiones.
El Gobierno, por su parte, conserva un poder y una capacidad de daño enormes. La pregunta es si le alcanzarán para mantenerse en el centro del ring y para controlar el proceso político que se abrirá a partir de octubre, en particular porque no existe un heredero neto y potable para el poskirchnerismo. ¿Será Sergio Massa ese dirigente? ¿Decidió Cristina que de ningún modo sea Daniel Scioli? ¿O se inclinará por un kirchnerista –o, mejor dicho, por un cristinista– de paladar negro?
Lo que para algunos sería un suicidio político, el concentrarse en su electorado cautivo y polarizar sin ningún ánimo de captar más adhesiones, bien podría ser la única opción cuando del otro lado no hay una oposición organizada. Cristina se imagina confrontando a partir de octubre con los fantasmas del pasado del peronismo. Y cree que en esa pelea corre con ventaja. En la medida que no surjan “cristinistas” con posibilidades, las acciones de Scioli y Massa pueden tender a la suba. ¿Será posible un orden en el que ambos arreglen con la Presidente?
Mientras tanto, vuelven a aparecer los apóstoles del fracaso. Es el caso de Roberto “Duhalde” Lavagna, un “bombero” que espera que se desate el desastre para llegar a las playas de la Casa Rosada con las primeras olas de ese tsunami.
* Director de gacetamercantil.com