En la reciente publicación bilingüe \”Los residuos de la felicidad\”, cinco cuentos del novelista, cuentista y ensayista estadounidense se someten a cinco nuevas traducciones. Vida y obra de uno de los pilares de la ?Generación Perdida?.
De la Redacción / Télam
En \”Los residuos de la felicidad\”, el novelista, cuentista y ensayista estadounidense Francis Scott Fitzgerald, en nuevas traducciones (enriquecidas por el carácter bilingüe del volumen) aparece como un maestro del cuento y como el ideólogo de lo que, a su pesar, fueron conocidos como los \”años locos\” -período que encontró su final con la inminente crisis económica de 1929 y que marcó un hito en la literatura global.
El libro, recién publicado por la editorial \”Dedalus\”, reúne cinco cuentos, en una edición muy cuidada, compuesta por sus versiones originales, en inglés, y su traducción al castellano a manos de Eugenio López Arriazu, Francisco López Arriazu, Diego Materyn, Ariel Shalom y Gastón Sironi.
Nacido en 1896 en Minnesota, su pasión por la literatura se desplegó tan rápido como su deseo de ascenso social que le permitió conocer, cortejar y casarse con Zelda, proveniente de una familia acomodada del sur estadounidense, y musa inspiradora del escritor.
A Fitzgerald, la escritura también le abrió las puertas de Europa, le permitió instalarse en la Costa Azul por largas temporadas y le otorgó el tiempo para meditar, nadar, beber y endeudarse \”a piacere\”.
Amigo de Ernst Hemingway, Jean Cocteau, Gertrude Stein, Pablo Picasso, Alberto Giacometti y de cantidad de músicos de jazz —\”Cuentos de la era del jazz\” se titula una de sus colecciones de cuentos—, la mayoría alternaba entre los Estados Unidos y París. Este grupo fue \”bendecido\” por la desorientación que resultó de la Primera Guerra Mundial, que resultó en una explosión de creatividad que quizá se concentre en un año: 1922, el año de la publicación del Ulises de James Joyce.
En esta época, Fitzgerald cultivó una estrecha y ambivalente relación con Hemingway, ambos considerados pilares de la denominada \”Generación Perdida\”. Amigos íntimos desde su primer encuentro en París en 1925, su relación se fue enfriando a medida que la estrella de Hemingway ascendía y la de Fitzgerald declinaba. Reflejo de este alejamiento es esta filosa frase de Ernst sobre su viejo compañero: \”Fue terrible para él amar tanto a la juventud, porque ha dado un salto desde la juventud a la senilidad sin pasar por la madurez viril\”.
Pasaron los años 20 en Europa; sus mujeres eran bellas, deseadas; fumaban, bebían, usaban cortes de pelo poco convencionales, faldas cortas y soportaban infidelidades (y las practicaban). Liberales como eran, no se liberaron, sin embargo, de la angustia, la neurastenia y el pánico que un doctor vienés, Sigmund Freud, había detectado en algunas de ellas, bautizadas \”flappers\”.
Sus esposas o amantes escribían, pintaban y redactaban crónicas para los primeros mensuarios norteamericanos; registraban, a su modo, el momento previo al caos que tardaría unos años en llegar.
Fitzgerald publica \”A este lado del paraíso\” en 1920 y, dos años después, \”Hermosos y malditos\”, una obra maestra que cruzaba la sociología salvaje, el amor al detalle y la susceptibilidad al nuevo mundo que las mujeres empezaban a descubrir.
En \”Bernice se corta el pelo\”, primer cuento de esta colección, ese mundo aparece en su atmósfera de transición. Es, quizá, de los cinco del libro, el más feliz y preciso; el que transmite menos desasosiego; acaso el que Woody Allen eligió para ambientar su última película sobre esa París a medianoche, que recupera algo de ese espíritu cuarenta años después.
Bernice no sólo \”se corta el pelo\” sino que corta con una tradición casi victoriana (la de la costa este de los Estados Unidos), y con el anglicanismo de los orígenes cuáqueros, matriz de la pasión individualista antes que particular.
Zelda, la más hermosa, la mujer de Fitzgerald, que se lanzaba al mar desde los promontorios, será una de las primeras en sucumbir a sus deseos de ambición, a los excesos del alcohol y al egoísmo de su esposo.
Fitzgerald publica en 1925 \”El gran Gatsby\”, que muchos consideran su obra maestra. Pero entra definitivamente al panteón de los grandes con un personaje que representa la singularidad, el asceta terminal, el jardinero fiel, el padre amantísimo, la mismísima fragilidad del cristal de Murano que se astilla contra el suelo y se entiende como metáfora de la fragilidad del lazo familiar, del lazo social, histórico y amoroso; nos referimos a la obra \”El tazón de cristal tallado\”.
Y es la entrada de Zelda al manicomio, a la materialidad aplastante de la noche infinita, a las sesiones continuas de electroshock, a los primeros sedantes y a las salidas controladas que permitirán que su esposo, borracho consuetudinario, se traslade a su país, a Hollywood, a probar suerte como guionista, donde le va mejor con las mujeres.
\”Domingo loco\” nos instala en ese infierno de alcohol, somníferos e internaciones. Y con todo, Scottie da a luz otra obra maestra, \”Suave es la noche\” (que inspirará una hermosa canción de Jackson Browne) y una cantidad despareja de cuentos, algunos extraordinarios, como éste.
Sin embargo, una profunda tristeza afectaría a Fitzgerald y ya no lo abandonaría jamás, a pesar de la fuerte protección que tiene en la industria cinematográfica.
Es durante este período cuando el escritor empieza a escribir \”El último magnate\”, pero no puede terminarlo.
Hay que leer en esa inhibición la clave de un talento excepcional estaqueado por la culpa y el deseo de ceder. Cuando se ha perdido todo, las posibilidades se reducen: o se empieza de cero, o se muere. Al segundo infarto, Fitzgerald muere; tenía 44 años.
Antes, había escrito un pequeño ensayo, una obra maestra que describe lo que es para un escritor la depresión. En \”El Crack-Up\”, este hombre descubre que estaba hundido hacía mucho tiempo, y que la cosa no se arregla con pastillas y autoayuda sino con un deseo que, una vez perdido, es casi imposible de recuperar. La grieta estaba abierta y no sólo él cayó, sino toda una manera de entender al mundo.
Síntoma de su apremiante caída literaria, es la contestación de Scott a una dura crítica realizada por Hemingway sobre su reciente publicación \”El Crak-Up\”: \”Por favor, no hables de mí en tus libros. Si a veces decido escribir de profundis, eso no significa que quiera que los amigos recen en voz alta sobre mi cadáver\”.