Monumentos, tradiciones y parte de la rica herencia del pueblo soviético se han revelado más resistentes que la propia superpotencia que impuso en la ideología y en las artes su lema de la amistad de los pueblos.
Un día como hoy de hace treinta años la bandera roja de la Unión Soviética (URSS) fue arriada por última vez de la cúpula del Palacio del Senado, en el Kremlin de Moscú, para ser sustituida por la tricolor de la Federación de Rusia.
Ese mismo día renunció el último líder soviético, Mijaíl Gorbachov, que dirigió los destinos de la potencia euroasiática desde 1985, año en que puso en marcha su ambicioso plan de reformas políticas y económicas conocido como “perestroika”.
Formalmente, el proceso de disolución del primer Estado socialista de la historia se concretó el 8 de diciembre de 1991 con la firma a espaldas de Gorbachov del Tratado de Belavezha por los presidentes de tres repúblicas fundadoras de la Unión: Bielorrusia, Rusia y Ucrania.
Sin embargo, habrían de pasar aún 17 días para que se produjera la salida formal de Gorbachov, que se quedó sin país que gobernar tras seis años de tensiones políticas, económicas y territoriales.
A partir de ese momento, la población del naciente espacio postsoviético se vio rodeada de símbolos diferentes, cada uno de su república nacional, en medio de una traumática transición al capitalismo.
Treinta años después de su extinción, la URSS sobrevive hoy en símbolos, monumentos y hábitos que todo el mundo asocia con el pasado soviético. Estos son algunos de ellos.
La momia de Lenin en el mausoleo de la Plaza Roja
El cuerpo momificado del revolucionario fundador de la Unión Soviética, Vladímir Lenin, fue objeto de adoración ritual durante la época socialista y sigue siéndolo aún para comunistas y nostálgicos de la URSS. Yace en su mausoleo de granito rojo junto a la muralla del Kremlin desde 1924, año de su muerte e inmediato embalsamamiento.
Tras la caída de la URSS, distintos políticos y personalidades se mostraron a favor de sacar la momia de su sarcófago de cristal para enterrarla junto a la tumba de su madre, en un cementerio de San Petersburgo, respetando así la voluntad del revolucionario.
La disolución de la Unión Soviética dio el pistoletazo de salida a un proceso de ‘desleninización’, que, sin embargo, no avanzó mucho en repúblicas exsoviéticas como Bielorrusia, Kirguistán o la misma Rusia, donde son pocas las localidades que no albergan alguna estatua del padre fundador del país soviético, así como calles y plazas con su nombre.
El mausoleo sigue actualmente abierto al público e incluso es visitado por algunas delegaciones extranjeras.
El cosmódromo de Baikonur
En 1955 Moscú levantó el primer cosmódromo de la historia en la estepa de Kazajistán, la segunda república más extensa de la Unión Soviética. Trampolín de todos los hitos de la aventura espacial soviética, Baikonur fue escenario de la puesta en órbita, en 1957, del primer satélite artificial ‘Spútnik’ y de la perrita Laika, así como del despegue del cohete Vostok-1 que el 12 de abril de 1961 puso en órbita a Yuri Gagarin, el primer hombre en el espacio.
Desde sus instalaciones también fue lanzado el transbordador soviético Burán, que realizó el 15 noviembre de 1988 su primer y único vuelo, antes de que se abandonara el proyecto, lastrado por la falta de fondos y los problemas económicos que afectaban a la URSS. A día de hoy el cosmódromo sigue ofreciendo inmejorables condiciones para los despegues de los cohetes rusos a la órbita terrestre.
Mosaicos y estatuas del Subte de Moscú
En la década de los 80, el subte de Moscú tenía la red más desarrollada del país, comparable con las de ciudades como Londres y Nueva York, pero su rasgo más singular, apreciable hoy en día, es la profusa y variada decoración de muchas de sus estaciones, verdaderas ‘salas de museo’ bajo tierra que reúnen todo tipo de manifestaciones del realismo socialista: mosaicos, bajorrelieves o estatuas, como las de bronce que representan a obreros, soldados y campesinas de la estación Ploshchad Revoliutsii. Un total de 44 paradas son monumentos arquitectónicos reconocidos y han sido premiadas en numerosos concursos internacionales.
Los metros de otras ciudades de la URSS, como Kiev, San Petersburgo o Nizhni Novgorod, también conservan actualmente sus motivos decorativos de marcado regusto soviético.
Prípiat, la única ciudad de aspecto 100% soviético
El 26 de abril de 1986, una ciudad de la República Socialista Soviética de Ucrania quedó para siempre ‘congelada’ en la estética de la temprana ‘perestroika’, después de que la explosión del cuarto reactor de Chernóbil obligara a evacuar a su población en cuestión de horas. El desastre convirtió a Prípiat, la localidad más cercana a la planta, donde vivían los operarios con sus familias, en una ciudad fantasma. La tragedia dejó sin inaugurar la famosa noria de la ciudad, que quedó intacta y fue puesta en marcha por un grupo de turistas tres décadas después.
Tradiciones de la noche de Año Nuevo
Los habitantes de las antiguas repúblicas soviéticas suele recibir el Año Nuevo en casa, junto un abeto y con una mesa repleta de platos tradicionales, en la que no pueden faltar las mandarinas ni la ensalada olivié, versión originaria de la ensaladilla rusa.
En la primera mitad del siglo XX, las mandarinas solían colgarse directamente de las ramas del árbol de Año Nuevo, para ocupar después su lugar en la mesa, de donde no se movieron incluso en los años más difíciles para el pueblo soviético, como lo fueron los de la posguerra en la segunda mitad de los años 40, cuando los niños las recibían como regalo en la fiesta gobernada por la figura del Ded Moroz o el Abuelo del Frío.
La receta de la ensaladilla olivié se remonta al siglo XIX, cuando la ideó el chef de origen francés Lucien Olivier, afincado en Rusia. Aunque la versión original contenía ingredientes como carne de urogallo, venado o colas de cangrejo, la popular versión soviética que ha llegado a nuestros días reúne patata, pollo, huevo, guisantes y pepinillo bajo el aglutinante de las mayonesa. El plato se popularizó cuando las fábricas de alimentos de la URSS comenzaron en la década de 1930 a producir y a empaquetar toneladas de mayonesa, la salsa imprescindible de esta ensalada de invierno.
La memoria de la Gran Guerra Patria
Gran parte de los habitantes de las 15 antiguas repúblicas que conformaron la URSS son descendientes de soldados u oficiales del Ejército Rojo que combatieron a la Alemania nazi, por lo que mantienen viva la memoria de aquella gran hazaña de resistencia inverosímil frente a un enemigo extremadamente cruel y perfectamente disciplinado.
Cada 9 de mayo, la victoria contra el nazismo en la Gran Guerra Patria (1941–1945) se conmemora en cada ciudad de Rusia y de otras república exsoviéticas. La gente deposita flores en los monumentos conmemorativos y las llamas eternas que recuerdan a los caídos, algo que se repite el día de la liberación de cada respectiva localidad a manos del Ejército Rojo, especialmente en Bielorrusia y el oeste de Rusia, las zonas más afectadas en los primeros días de la fulgurante invasión nazi de la URSS. La Plaza Roja de Moscú acoge cada año el Gran Desfile de la Victoria, con los veteranos del conflicto ocupando un lugar destacado en la tribuna de invitados.
Las “7 Hermanas”
El edificio principal de la Universidad Estatal de Moscú, construido entre 1949 y 1953, es la más alta de las ‘Siete Hermanas’, colosales rascacielos de posguerra representativos de la pomposa tendencia arquitectónica apodada después como ‘estilo imperio de Stalin’. En el habla popular, este grupo de edificios son inequívocamente ‘los rascacielos de Stalin’, algo que no resulta del todo infundado, pues Stalin firmó en 1947 el decreto de construcción de toda la serie, además de otro aparte que detallaba la edificación de la sede universitaria. Asimismo, aprobó personalmente algunos parámetros de estas moles, como la altura y el número de plantas.
Uno de estos monumentales edificios simbolizó durante décadas —y lo sigue haciendo hoy— la política exterior de Moscú pues acoge la sede del ministerio de Asuntos Exteriores.
Fue levantado entre 1948 y 1953 y los archivos todavía conservan una visualización artística de la fachada a cargo de los autores del proyecto. El aspecto de esta acuarela coincide con lo que los transeúntes pueden observar cuando pasean por la plaza Smolénskaya-Sennaya, con una solo excepción: el esbozo carece de chapitel. Según revelaron las memorias de otros arquitectos, Stalin en persona ordenó agregarlo cuando las obras ya estaban en una fase avanzada.
“Streliali”: frases de películas y de dibujos animados
El cine soviético y los dibujos animados emitidos hasta la saciedad por la televisión central del país constituyen un código cultural compartido por quienes nacieron en la URSS. Algunas frases de estas películas se incorporaron al habla común, como la escueta respuesta del personaje Saíd en la película ‘Sol blanco del desierto’, que cada vez que le preguntan cómo ha llegado a ese lugar desértico para salvar la vida del protagonista principal, el soldado del Ejército Rojo Fiódor Sújov, responde: “Streliali” (“Dispararon”).
El visionado de la película, rodada en 1970 al estilo “western rojo”, forma parte de las tradiciones que rodean los despegues de cohetes desde Baikonur, de tal forma que todos los astronautas y cosmonautas deben verla en las instalaciones del cosmódromo antes de poner rumbo a la Estación Espacial Internacional (EEI).
El largometraje contiene otras frases populares como “Oriente es un asunto delicado”, que ha alcanzado la categoría de refrán. Otras muy conocidas son: “la aduana da la luz verde”, que hace referencia a cualquier tipo de aprobación; “sus granadas son de otro sistema”, que sirve de ridícula excusa universal para aquellos casos en los que un aparato (y no necesariamente un sistema de armas) no funciona; o “¡Gulchatái, muestra tu carita!”, que se usa a modo de pedido para que una persona se descubra el rostro.
Otra mina inagotable de frases hechas son los dibujos animados de los años 1960–1980, que conservan el ánimo de la época.
La música rebelde de Kinó
Las subculturas juveniles de la última década soviética dejaron una huella indeleble en las almas y en la memoria de las generaciones contemporáneas. La banda de música Kinó (1981-1991) es buen ejemplo de esa influencia, que queda de manifiesto en el hecho de que un joven nacido después de la muerte del líder del grupo, Víktor Tsoi —acaecida en 1990 en accidente de tráfico a los 28 años— pueda exclamar hoy en determinadas circunstancias: “¡Víktor Tsoi está siempre vivo!”, tal y como lo hacían sus padres hace décadas.
La letra más famosa de este cantautor es “Estamos esperando cambios / Nuestros corazones exigen cambios” (‘My zhdiom peremén / Peremén trébuyut nashi serdtsá’), en ruso), incluida en la lista de ‘Las 100 canciones que cambiaron la historia’ de la revista Time Out, con sede en Londres. También triunfó en los festivales el tema ‘Proclamo mi casa una zona desnuclearizada’.
El Partido Comunista “poscomunista”
Pese a la prohibición del Partido Comunista de la Unión Soviética en agosto de 1991, tras el fallido golpe de Estado contra Gorbachov, muchas organizaciones comunistas siguieron funcionando a nivel territorial. En junio de 1992, el Tribunal Constitucional de Rusia permitió una reunión plenaria del Comité Central del partido, que convocó para octubre de ese año la XX conferencia del partido de toda la Unión, también autorizada por los jueces constitucionales. Finalmente, en marzo de 1993 se reunió el XXIX y último Congreso del PCUS, que se restituyó como la Unión de Partidos Comunistas.
La estructura organizativa del antiguo oficialismo soviético fue utilizada para crear el Partido Comunista de la Federación Rusa, mientras que en los países bálticos permaneció la prohibición de la ideología y las organizaciones comunistas. En 1994 Uzbekistán las prohibió igualmente.
Solo en uno de los estados que formaron parte de la URSS, el Partido Comunista volvió al poder en el siglo XXI y de forma completamente democrática: la Moldavia de 2001-2009. En Bielorrusia, Rusia o Tayikistán sus miembros mantienen una variable representación parlamentaria y sus reuniones transcurren ‘al viejo estilo’, sobre manteles burdeos, entre banderas rojas, retratos y bustos de Lenin, rodeados de estanterías con obras del fundador de la URSS, de Marx y de Engels.