¿Jugamos al capitalismo?

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En el espectacularmente violento mundo de la serie “El juego del calamar”, la explotación y la brutalidad se basan en el carácter ilusorio de la elección.

“El juego del calamar” (“Squid game”), la serie surcoreana de Netflix que se ha convertido en el programa más visto de todos los tiempos de la plataforma de “streaming”, se desarrolla en un tenebroso escenario de fantasía insertado en una versión relativamente inalterada de nuestra propia realidad.

En el programa, 456 participantes ahogados en deudas compiten en una serie secreta de juegos para niños con el fin de ganar una porción de un pozo de 45.600 millones de wones (aproximadamente 38 millones de dólares). Perder un juego significa la muerte; cuantos menos jugadores queden al final, más dinero ganará cada jugador, con lo que se incentiva el asesinato.

Los participantes dan una forma limitada de consentimiento a las reglas de juego (cuando se suman, no son conscientes del pozo letal que está en juego, pero siguen adelante influidos por el dinero que podrían ganar), y una mayoría simple de votos entre los jugadores les permitirá detener el juego e irse (cualquiera que intente escapar es directamente ejecutado). Es este elemento de elección con restricciones financieras lo que distingue “El juego del calamar” de competiciones mortales distópicas similares, como “Los juegos del hambre”.

“El juego del calamar” es la última de una serie de ficciones populares sobre los conflictos de clases que se han hecho en la última década. El programa no oculta sus ideas políticas. Los protagonistas son esencialmente personas de la clase trabajadora que están contra las cuerdas. Pueden tener sus debilidades, como el hábito de jugar por dinero del personaje principal, Seong Gi-hun (Lee Jung-jae), pero el guionista y director Hwang Dong-hyuk hace todo lo posible para dejar en claro que los verdaderos problemas de Seong comenzaron después de que su fábrica fuera cerrada tras la violenta represión de una huelga. Otro personaje, Abdul Ali (Anupam Tripathi), es un trabajador indocumentado proveniente de Pakistán que se ve obligado a participar en el juego después de que su jefe le robara su salario. Mientras que algunos de los concursantes, como el gángster Jang Deok-su (Heo Sung-tae), son retratados como antagonistas, los verdaderos villanos del programa son una adinerada élite enmascarada que apuesta por los jugadores, y los ejecutores armados contratados para vigilar el juego.

Los directores del juego incentivan activamente a los participantes a que se enfrenten entre sí. Establecen las reglas de la competencia, la cual –dicen– no está contaminada por la discriminación y la injusticia que se ve en el mundo exterior, pero también representan el sistema económico que obligó a estas personas a participar en los juegos. No es de extrañar que la serie haya tenido tanta resonancia después de una pandemia en la que muchos se enfrentaron a la muy real elección de arriesgar sus vidas trabajando o hundirse más profundamente en la pobreza y las deudas.

Si bien los creadores de la competencia están ansiosos por enfrentar a los jugadores entre sí, los personajes se unen para votar a favor de abandonar el juego en un momento dado. Pero cuando se enfrentan a las duras realidades de sus hogares, más del 90% de los jugadores decide regresar al juego para tener la oportunidad de escapar de una vida de miseria, sin importar cuán extraño o traumático –o fatal– pueda ser el proceso. Darse de baja de la competencia significa renunciar al boleto de lotería.

Si bien el pozo que está en juego es enorme, Hwang cree que la abundancia de decisiones equivocadas en las condiciones abrumadoras del mundo real es clave para explicar por qué la serie ha tenido tanto éxito.

En una entrevista reciente con el Korea Times, afirmó que «el mundo se ha convertido en un lugar donde son muy bienvenidas historias de supervivencia peculiares y violentas como esta (…) Los juegos de la serie que enloquecen a los participantes se alinean con los deseos de la gente de ganar el premio gordo con cosas como criptomonedas, bienes raíces y acciones».

En el programa, el dinero del premio acumulado literalmente cuelga sobre las camas de los participantes dentro de una esfera transparente que se ilumina y emite chirridos de máquinas tragamonedas cada vez que muere otro jugador.

A pesar del incentivo para dañar a otros concursantes –y la incipiente comprensión de que es poco probable que más de un jugador sobreviva al juego final–, muchos de los protagonistas se unen.

Seong crea un equipo de concursantes que se cuidan mutuamente; en un caso, construyen una estructura defensiva en su enorme dormitorio compartido para protegerse de ataques nocturnos. Mientras que algunos concursantes están dispuestos a pasar por encima del cuerpo de cualquiera para llegar a la instancia final, otros hacen grandes sacrificios. Una mujer da su vida tras haberse dado cuenta de que su nueva amiga, la desertora norcoreana Kang Sae-byeok (Jung Ho-yeon), tiene a su cargo personas que dependen de ella en el mundo que existe fuera del juego. En múltiples ocasiones, Seong se distingue por su compasión, especialmente en su amistad con un anciano que se encuentra en desventaja en las competiciones que dependen de la fuerza física. Cuando Seong finalmente gana el concurso a pesar de su negativa a matar a su último contendiente, usa el dinero del premio para ayudar a las familias de dos participantes fallecidos. Y en la escena final de la serie, decide no tomar el vuelo que lo alejará de Corea para estar con su pequeña hija y así poder luchar contra la organización que maneja los juegos.

“El juego del calamar” debe parte de su popularidad a la brutalidad y la violencia explícita que guían su trama. Pero las respuestas online a la serie han revelado que los fanáticos se conectaron profundamente con los personajes y sus luchas. El espectáculo de la competencia puede atraer espectadores, pero es nuestra familiaridad con las decisiones equivocadas, la explotación y el esfuerzo por ser decentes en condiciones horribles lo que ha convertido a la serie en un gran éxito.

* Este artículo es parte de un esfuerzo común entre Nueva Sociedad y  Dissent para difundir el pensamiento progresista en América. Puede leerse la versión original en inglés aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca

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