El inventor de lo que llegó a ser luego el prototipo de una computadora y su sistema binario fue el filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz. Para la Edad Moderna la tecnología y el mecanicismo eran sinónimos de civilización; aunque el genio de Leibniz fue aun más allá.
En su “Discurso sobre la teología natural de los chinos” dicho progreso fue asociado también a la madurez política y social ya que estimaba, en medio de un eurocentrismo tecnificado y colonialista, que solo un país podía compartir junto con las naciones del viejo continente la designación de “civilizado”: ese país era el gigante asiático.
China, desde tiempos ancestrales se sintió el centro del universo, “el país del medio”. Al gobernante se lo consideraba el “Hijo del Cielo”, su camino era la senda de la armonía biocósmica y como tal, estaba bajo la totalidad del mundo. Para el juicio de Occidente, aquella lejana tierra era comprendida como la cuna de la filosofía cívica y racional, además de atribuírsele la posibilidad real de lograr una sociedad verdaderamente avanzada.
Los europeos veían el confucionismo como un tipo de sabiduría ancestral de raigambre espiritual; pero también una modalidad de pensamiento estatal y ético que estaría al mismo nivel que la filosofía política de Thomas Hobbes, Baruj Spinoza o John Locke, además de las pujantes ideas liberales modernas que vendrían poco después, como “El contrato social” de Jean-Jacques Rousseau y otras propuestas en materia de moral y de derechos humanos.
Confucio (Kung-Fu-Tse) vivió entre el 551 y 479 a. C. y perteneció a la “Escuela de Letrados”. Cuenta la leyenda que a los cincuenta años sintió el llamado “del cielo” o una misión divina a llevar su conocimiento a los gobernantes y hombres de Estado. Él creía fervientemente en el espíritu ético humano. Después de una década donde trató de aplicar su sistema educativo volvió frustrado, ya que no pudo ayudar a construir una moral para las clases políticas de su tiempo.
Confucio creía en el perfeccionamiento del hombre empezando por uno mismo, en su buena esencia, en los derechos humanos fundamentales y en el buen gobierno. Su propósito era formar y educar a la población para construir una sociedad ideal basada en la perfecta sincronía entre los seres humanos en armonía con el “Tao” o “el camino de la naturaleza”.
En los albores de la modernidad esta idea sobre la “filosofía” china no era descabellada. En el siglo XVI Matteo Ricci, entre otros misioneros jesuitas, le recomendaron al Papa canonizar a Confucio. Occidente encontró muchos puntos de contacto entre la “religión” confuciana y el cristianismo. Parte del contenido de los “Cinco clásicos” consta de todo un procedimiento teórico de valores que bien podría rivalizar con el “Sermón de la Montaña”.
Durante más de dos mil años el confucionismo sirvió como base ideológica del pueblo chino, esto fue hasta 1911, después todo pareció mutar. Según la sinóloga Anne Cheng, profesora del Collège de France en el artículo “Bajo el disfraz de Confucio” publicado en Le Monde Diplomatique en septiembre 2015, dijo al respecto: “La herencia confuciana (…) considerada responsable del retraso de China y percibida como la fuente de todos sus males, fue blanco privilegiado del movimiento iconoclasta del 4 de mayo de 1919, al grito de ‘Arde la tienda de Confucio’. Luego entre 1966 y 1976, en el curso de la Revolución Cultural, fue objeto de las sistemáticas destrucciones que en 1974 culminaron con la campaña ‘crítica contra Lin Biao y Confucio’”. No obstante esta situación en la actualidad pereciera que estuviese cambiando.
Como un extraño equilibrio entre el “Yin y Yang” a partir de 1980 la fiebre de valores confucianos ganó terreno. Hasta el Partido Comunista de Pekín creó la Fundación Confucio. Después de la sangrienta represión del movimiento estudiantil de la Plaza de Tiananmén en 1989, y de la caída del bloque soviético poco después, el discurso justificativo de una ideología “neoconfuciana” cobró nuevo ímpetu. Esto, sin duda, se debe a la necesidad de la élite gobernante de volver a retomar la centralidad ideológica como “eje del mundo” y como “hijos del cielo”.
Hoy, este mito confuciano del mejoramiento de la sociedad y de su filiación celeste está a punto de hacerse realidad, no por medios éticos ni divinos, sino gracias al papel del “Dios digital”: hablo del programa “Sistema de crédito social”.
Se trata en teoría de una norma de clasificación, control de datos e imágenes digitales que tiene como fin el conocimiento y el seguimiento de sus ciudadanos mediante cámaras de video con reconocimiento facial. Comenzó siendo una herramienta para saber más acerca de las empresas chinas a las que querían hacer pedidos y como sólido método para documentar la solvencia de las personas que invertían en ellas. Sin embargo, esta meta fue mostrando sus verdaderas intenciones. Informaciones de este tipo están siendo reunidas y clasificadas sobre organismos e individuos. Será una especie de termómetro no solo financiero sino de “moralidad”.
El seguimiento y la clasificación de datos conductuales de los ciudadanos podrán tener una evaluación y un puntaje mediante el cual se informará sobre el proceder de su población. Se monitorearán sus hábitos de compras, gastos e inversiones, su comportamiento en cuanto a las normas de tránsito, si lava su ropa, si riñe en la calle o cuanto alcohol bebe y con qué frecuencia, o cómo dispone de los deshechos, cómo se lleva con su familia, qué consume por los medios de comunicación, es decir, todo lo que suceda bajo la “red del cielo”; y este puntaje adquirido será premiado o castigado de acuerdo a dicha conducta. Aunque hay sectores que lo nieguen, se espera que esté plenamente instalado para las próximas décadas a través de un multisistema de videocámaras. Parece ficción, al mejor estilo de la obra de Aldous Huxley “Un mundo feliz”, pero supuestamente todo estará bajo el “ojo orwelliano” del Estado chino.
El sueño de Confucio no pudo lograse a través de la idea de que el hombre es esencialmente bueno, y a partir de allí debe educarse, sino por la realidad que somos “hijos del rigor”. De este modo China intentará construir una “sociedad justa” a través de la vigilancia y de los aparatos de control.
Me pregunto dónde están los románticos seguidores de la “Era de Acuario”, me refiero a los defensores de la “New Age” y del “Paradigma holístico” con su teoría de un “salto cuántico” de la consciencia hacia un mundo mejor, dónde queda la espiritualidad humana ante el avance de la era digital.
Es lamentable que lo que Confucio, Lao Tse, Buda o Cristo, entre otros, no pudieron lograr lo alcance la religión “dataísta” y su deidad virtual que todo lo ve, estando omnipresente a través de “wifi” o por cables de fibra óptica.
Este es el tipo de mundo al que nos enfrentamos si no controlamos la tecnología para usarla a favor del sujeto cibermoderno, si no superamos a la religión en su realización ética, y si no construimos las bases para la recuperación de la vida humana a través de la libertad y la singularidad como últimos bastiones de los valores sagrados.
* Filósofo, ensayista y teólogo