La tercera y última nota de la serie sobre estos festejos relata cómo fue el primero sin Juan Manuel de Rosas como gobernante.
Fue un 28 de octubre de 1852, hace exactamente 168 años, en que se celebró la fiesta del Pilar en la Recoleta. Un mes antes había partido el general Justo José de Urquiza para Entre Ríos, era gobernador provisorio el general Manuel Guillermo Pinto y el 30 de octubre era elegido el doctor Valentín Alsina.
Fue el general Pinto quien presidió las celebraciones, según cuenta Juan Manuel Beruti, en el bajo de la Recoleta, en lo que es hoy la avenida del Libertador, donde “se formaron todos los regimientos veteranos de artillería, infantería y las guardias nacionales, como también las caballerías de a caballo, con sus correspondientes banderas, estandartes y bandas de música; cuyas tropas se pusieron al frente del paredón que mira al río que está sobre la barranca; en el ángulo saliente sobre la ribera, se hallaba colocado un magnífico altar construido al efecto y toldado completamente. En sus ángulos y en el centro de la techumbre flameaban los colores nacionales. Todo el frente de la pared que mira al río se hallaba tapizado también azul y blanco”. La torre de la iglesia también lucía embanderada y todo se hallaba adornado con gran esmero.
Al clarear era un hermoso día, los carruajes comenzaron a marchar hacia la Recoleta con familias dispuestas a pasar el día de fiesta, otros caminando, llevando algunas vituallas para el consabido almuerzo campestre, más allá de lo que servían algunos puestos instalados y jinetes que desde la ciudad y desde el pago de la Costa se acercaban, al decir de Beruti, “llenos de entusiasmo por lo que debían muy pronto presenciar y sentir”.
Eran las ocho y media de la mañana, relata el cronista, cuando llegó “S.E. el señor gobernador, acompañado de los señores ministros de gobierno, guerra y marina, en los coches del servicio… La plaza de la Recoleta y el bajo se hallaban cubiertos de un inmenso gentío… las bandas de línea de Guardias Nacionales y de Línea tocaban hermosas y variadas sonatas. La mañana era fresca y apacible. El gran río con sus plateadas aguas se deslizaba suavemente, sirviendo también de testigos a ese pacto de fraternización que el pueblo y el ejército iban a consumar ante el altar de la Divinidad”.
Si es hermosa la descripción del río desde la barranca, no podemos omitir esa fraternidad después de un enfrentamiento que había durado años y había sido resuelto por las armas.
A las 9 comenzó la celebración de la misa, que fue seguida con devoción y fue celebrada por el provisor de la diócesis canónigo Miguel García. Finalizado el oficio se dirigieron las tropas y el pueblo a Palermo, la antigua morada de Juan Manuel de Rosas, donde “se hallaban preparadas varias mesas de refresco, que el pueblo y el ejército disfrutó con alegría”. No faltaban tampoco los juegos infantiles ,y apunta Beruti, “entre las curiosidades que notamos en esta fiesta memorable, hallamos una que por su originalidad merece mencionarse. Tal era la de un pozo de agua en el cuál se había depositado una caja de azúcar y media pipa de agrio de naranja, que mezcladas formaban un gran depósito de refresco que se sacaba con baldes y servía para distribuir con profusión a la tropa”.
En el parque y en la casa, por corredores y salones, confraternizaban los invitados en perfecta armonía, mientras el gobernador Pinto y las autoridades se ubicaban en una glorieta donde se les sirvió un refresco.
A las 12, el presidente con sus ministros, autoridades, jefes y oficiales e invitados especiales con sus mujeres entraron al salón donde se sirvió un almuerzo que duró toda la tarde. Cuando se retiraron las autoridades la mesa “fue nuevamente servida para todos los que quisieron participar de la abundancia que en ella se encontraba”.
A las 6 de la tarde se puso en marcha el Ejército de regreso a la ciudad y una hora más tarde entraba a la plaza del Retiro, donde quedaron las unidades que allí tenían su cuartel, siguiendo las otras a los suyos con sus bandas tocando música al centro de la ciudad.
Así fue esta fiesta que los diarios de la época comentaron largamente. Otra historia olvidada y de confraternidad que debiera imitarse en la actual Buenos Aires.
* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación