Este martes 7 se presenta en la Feria del Libro “El Modelo. La resistencia argentina frente a las grandes potencias en tiempos de Imperialismo (1850-1916), de Oscar Muiño, publicado por EUDEBA.
“Los gobiernos criollos –con pocas, deshonrosas excepciones- han sabido defender la autonomía ante la presión externa. Sus relaciones económicas eran múltiples: con el Reino Unido, con Francia, Estados Unidos, Alemania, Bélgica, Italia, España, Brasil. No estaban atadas a un centro exclusivo como las colonias o las naciones satélite.
El punto de partida sorprende por su insignificancia. Lejanos, sin recursos, con una población raquítica, aquellos argentinos del siglo XIX sostenían una fe inverosímil en sí mismos y su porvenir. Herederos de la más pobre de las marcas del imperio español, los rioplatenses han construido una sociedad sin nobles. No por virtud, sino por necesidad: ningún aristócrata encontró atractivas tierras sin oro, plata, ni población autóctona que explotar.
¿De dónde, nace, entonces, tanta confianza, semejante arrogancia? La victoria sobre los invasores británicos en 1806 y 1807 más el liderazgo del ejército y los corsarios argentinos en la lucha por la emancipación continental desarrollaron una inmensa certeza en el valor del país y su élite. Acaso porque Buenos Aires fue, también, la única capital rebelde jamás reconquistada por la reacción realista.
La nueva institucionalidad hereda del rosismo la vinculación al mercado mundial, sobre la base de la ganadería vacuna y lanar. Hay continuidad y ruptura. “Rosas gobernó siempre –apunta Ferns- asistido por una Legislatura elegida en la provincia de Buenos Aires, tal como lo hicieron los liberales que lo sucedieron. Intervino en los gobiernos provinciales, tal como lo hicieron ellos. Como ellos, garantizó la libertad de cultos a los no católicos. Organizó una economía exportadora-importadora, al igual que ellos. Estuvo dispuesto a cooperar con los intereses bancarios internacionales, como lo estuvieron aquellos. Lo que ellos hicieron de nuevo y de diferente fue permitir una diversidad de opiniones que posibilitó a gente muy diversa acudir a la Argentina a trabajar; establecer un sistema de educación secular que abrió oportunidades de desarrollo a gente humilde de diversos credos y de ninguno. Rosas gobernó una sociedad cerrada, mientras que Mitre y Sarmiento presidieron una sociedad abierta. Esta sociedad libre y abierta duró desde 1852 hasta 1930”.
Los emigrados que han retornado en tropel a la caída rosista han vivido galgueando, sin recursos ni inserción en la producción. Son hombres de prensa y de partido, alejados de la actividad económica, salvo excepción. Tampoco tendrán, en su mayoría, relaciones con inversionistas extranjeros. Esta disociación entre política y poder económico se arrastrará a lo largo de la historia. El sometimiento al extranjero o a sectores productivos dominantes deviene tarea compleja: no hay pertenencia, por lo tanto no hay clase a la que traicionar.
Derrotado Rosas, se pacta el marco de convivencia. Los vencedores convocan a los rosistas a compartir un proyecto: la construcción de un Estado liberal con respeto por los derechos civiles y las libertades llamadas burguesas. La invención de un país en Extremo Occidente que convierta el desierto en cultivos, con población trasplantada desde Europa, crédito externo, ferrocarriles ingleses, cultura francófona y –tras la victoria prusiana sobre Francia- un Ejército alemán.
¿Quiénes sustentan el proyecto? Mitristas y urquicistas, sarmientinos y alsinistas, roquistas y radicales, nacionalistas y liberales, católicos y laicos, intelectuales y militares, políticos y productores, inmigrantes y estancieros, poetas y exportadores.
La dirigencia comparte la pluma y la espada. Igual que los guerreros de la independencia y de la lucha intestina, los líderes del modelo han combatido con Rosas o contra Rosas. Han peleado el largo conflicto que separó una década Buenos Aires de las provincias. Y la guerra del Paraguay, donde muere parte de la juventud dorada porteña. Los sobrevivientes emergen como líderes probados en batalla.
La convergencia no es pacífica. La puja por conducirlo enfrenta el litoral con Buenos Aires, la pampa con el interior, las facciones entre sí. Hay batallas en 1874, cuando Mitre se alza contra la elección de Avellaneda. Otra vez en 1880 con la cruenta guerra entre rifleros porteños y tropas nacionales. Estalla en la Revolución del Noventa y los levantamientos radicales de 1893 y 1905.
En todos los casos, los revolucionarios derrotados son tratados con caballerosidad. No hay tormentos ni ejecuciones y abundan las amnistías. Ese pacto implícito incluye a Mitre, Urquiza, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Pellegrini, Alsina, Alem, Yrigoyen.
Por cierto, estas consideraciones no son extensivas a las últimas montoneras (Chacho Peñaloza, Felipe Varela y Ricardo López Jordán), a las que se persigue con saña. Tampoco habrá contemplaciones con algunas rebeliones obreras, que serán reprimidas duramente (aunque, en general, con menos muertos que en las protestas europeas).
Los extranjeros siempre lo supieron. Harold Peterson (1970) estudia un siglo y medio de relación argentino-norteamericana, y concluye que la Argentina “resistía la intervención en sus asuntos, sea cual fuere su fuente de procedencia: latinoamericana, norteamericana o europea”.
Como dice el historiador Henry Ferns, “el juego es argentino: se pueden dar cartas a los extranjeros, y a veces éstos pueden ganar, pero el juego es siempre argentino y también lo son las reglas y los jueces. Los ingleses aprendieron esto muy pronto; también lo hicieron los portugueses y los brasileños, y poco después los franceses. Durante largo tiempo los norteamericanos no tomaron parte en el juego y a veces no comprendieron la situación ni reconocieron sus implicaciones.”