El próximo viernes se reunirá en Washington el directorio del organismo financiero internacional. Descartan que se aprobará el Presupuesto, pieza clave del entendimiento.
El próximo viernes 26 el directorio del Fondo Monetario Internacional (FMI) analizará el nuevo acuerdo “stand by” con Argentina, en rigor, las modificaciones acordadas al convenio original firmado en junio pasado.
Megadevaluación mediante, del acuerdo original casi no se mantiene ninguna meta en pie, por lo que en la práctica lo que discutirá el “board” del Fondo serán los análisis de su “staff” sobre las posibilidades de cumplimiento de los nuevos compromisos, contenidos en el proyecto de Presupuesto 2019 que está en el Congreso.
El pasado 6 de septiembre, el Gobierno acordó con 21 provincias los lineamientos principales del proyecto, por lo que la Ley de Leyes sigue su curso con el anticipo de Miguel Pichetto, el jefe del bloque peronista en el Senado, de que será aprobado antes del 30 de noviembre y, en líneas generales, según lo planteado por el Ejecutivo, aunque la “letra chica” está haciendo trabajoso el trámite.
A mediados del mes pasado, la titular del organismo financiero internacional, Christine Lagarde, y el ministro argentino de Hacienda, Nicolas Dujvone, anunciaron en Washington que se ampliaba el acuerdo original al sumársele 7.100 millones de dólares, por lo que elevó el total del programa a 57.100 mil millones.
También se reemplazó el esquema de metas de inflación y se mantendría el compromiso con un régimen de tipo de cambio flexible, que estableció una banda de entre 34 y 44 pesos.
No obstante, el su último cálculo -el pasado día 9- el Fondo estimó que el PBI argentino caerá este año 2,6 por ciento y que la inflación será del 40 por ciento, lo que ya parece ser optimista.
A pesar de aquel anuncio de Lagarde, la aprobación final debe darla el directorio donde están representados los países miembro, donde el voto de Estados Unidos “arrastro” ya a Alemania y Japón, lo que garantiza una noticia positiva para el gobierno de Mauricio Macri.
Además, el FMI está especialmente comprometido para que este programa funcione y así lo ha demostrado otorgando un préstamo que excede holgadamente el múltiplo de la cuota de Argentina.
El reporte del artículo IV del “staff” de fines de 2016 no preveía graves problemas en la economía local, tan solo presentaba los obligatorios escenarios riesgosos (“downside risks”).
Sí advertía que el sendero de desinflación del esquema de metas era muy ambicioso y el verdadero motivo de eso era que en el BCRA creían que, ni los aumentos tarifarios ni la depreciación afectaban la tasa de inflación, solo significaban cambios de precios relativos porque la suba de un precio reduce el ingreso disponible de las familias para gastar en otros bienes, lo cual hace que estos caigan y en promedio no haya suba.
El reporte del staff también incluía con probabilidad relativa una depreciación imprevista de la moneda, en cuyo caso la recomendación era la típica: elevar la tasa de interés y ajustar fiscalmente.
Un año después, en el reporte del 1º de diciembre de 2017, los técnicos del Fondo admitían tensiones y la recomendación fue recalibrar el “mix” de políticas, que igual seguiría siendo contractivo: acelerar la reducción del déficit fiscal, menores impuestos, pero con disminución de tasas de interés.
Al mismo tiempo señalaba que la acumulación de reservas, proveniente principalmente del endeudamiento externo del gobierno, podría debilitar el objetivo de desinflación.
Las autoridades argentinas de entonces confirmaron el compromiso de flotación cambiaria. También, el staff insistió en que eran indispensables las reformas estructurales y el 28 de diciembre se aprobó la reforma tributaria.
En resumen, había coincidencias, autoridades argentinas y staff del FMI compartían prácticamente la misma visión.
Para algunos, el origen de todos los males fue el cambio lanzado también ese 28 de diciembre, cuando el presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, apareció en una conferencia de prensa con el jefe de gabinete, Marcos Peña, lo cual se interpretó como el fin de la independencia del Banco Central, lo que vendría efectivamente después -crisis mediante- con el reemplazo de aquel economista por Luis Caputo.