Mariquita Sánchez de Mendeville y una bandera

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En el sesquicentenario de su muerte se recuerda aquí a la “abuela” de la Patria en ocasión del combate naval de los Pozos, que libró el almirante Brown.

Recorrer las páginas de La Gaceta Mercantil a través de sus casi 30 años de vida, nos permite de algún modo recrear la historia social argentina desde los más distintos aspectos. En estos días en que tanta preponderancia tienen las mujeres, vale destacar a una de aquellos tiempos, María de Todos los Santos Sánchez de Velasco y Trillo, a quien todos conocimos como Mariquita Sánchez desde la más tierna infancia. Se nos representaba como una abuela de la Patria, y de algún modo ella cruza nuestra historia desde antes de las invasiones británicas de 1806 y 1807 hasta su muerte hace siglo y medio, el 23 de octubre de 1868, a poco de asumir la presidencia Domingo F. Sarmiento.

Muchas veces la encontramos en las páginas de La Gaceta Mercantil con el apellido de Mendeville. Viuda en 1819 del porteño Martín Thompson, se casó nuevamente con el cónsul francés Washington de Mendeville, matrimonio que terminó en una separación y según le confesó en carta a Juan Bautista Alberdi le dio no pocos sinsabores.

Una de las noticias de Mariquita es del 4 de julio de 1826. En plena guerra con el Brasil, llegó a Buenos Aires el comandante de nuestra flota, el famoso almirante Guillermo Brown, aureolado en mil combates desde el sitio de Montevideo, en 1814. El 3 de julio, según la crónica, a eso de la una “tuvo lugar uno de esos actos sublimes, que son el embeleso de las almas grandes, y que causan la admiración general: este fue el obsequio al General Brown de una bandera nacional con una inscripción en el centro que dice ’11 de junio de 1826′, bordada por las damas argentinas, a cuyo nombre fue puesta en manos del héroe por la Sra. Da. María Sánchez de Mendeville”.

De este modo se premiaba al marino por su triunfo en esa fecha en el Combate de los Pozos, frente a la ciudad de Buenos Aires, y a la vista de la población, que debió temer un nuevo bombardeo como lo comentáramos en otra nota. Brown enfrentó con once barcos al comandante Rodrigo José Ferreira, que lideraba 31. 

En ese acto Mariquita, en nombre de las señoras patricias, pronunció estas palabras: “Señor. Llenas de admiración y entusiasmo por vuestra conducta en la acción del 11 de junio, las Damas Argentinas han bordado esta bandera, y me han elegido para que en su nombre os la ofrezca como una sencilla pero sincera expresión de su reconocimiento. Ellas esperan que os acompañará en los combates que emprendáis en defensa de nuestra Patria”.

Brown contestó con breves y elocuentes palabras, dándole las gracias a las damas y asegurándoles “en su nombre y en el de sus oficiales que aquella bandera no vendría abajo, sino cuando cayera el palo o se sumergiera el buque”.

Después se entregaron 2.400 pesos producidos por una suscripción del comercio para distribuir entre las tripulaciones de los navíos que participaron de la acción de los Pozos. El almirante Brown agradeció asegurando que los comerciantes “pronto tendrían abierta la navegación del Río de la Plata”.

Como correspondía una mesa cubierta de refresco y licores, dio paso a los brindis. Entre ellos el de John Murray Forbes, diplomático de los Estados Unidos en Buenos Aires, y el del general Lucio Norberto Mansilla, que fueron “los que pudo oír el cronista, aunque hubo otros muy patrióticos”.

Así este episodio casi olvidado vuelve a cobrar vida en esta nueva Gaceta Mercantil, como el colofón de esa crónica: “No podemos menos de elogiar los elevados sentimientos de patriotismo que en esta ocasión han demostrado las Damas Argentinas, animando con ellos a todos, para que sigan el noble ejemplo del premiado, y se hagan dignos de merecer su aprobación”.

Digamos finalmente que Pastor Obligado en sus “Tradiciones” afirma que esa noche Mariquita ofreció una espléndida comida con un servicio de mesa de plata que causó la admiración del almirante. Al día siguiente, una negrita del servicio de la casa le llevó a Brown una fuente de plata, que éste había elogiado, con este recado: “Manda decir mi amita, que las naranjas son también para su merced”, momento desde el cual se entrelazó una cordial amistad que perduraría con los años.

* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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