Una foto que dio vueltas por las redes sociales esta semana es el disparador para un análisis más profundo.
Este domingo de fin de semana largo tiene un agujero difícil de llenar para los futboleros: no hay partidos de la Superliga Argentina de Fútbol debido a la doble fecha FIFA que tuvo a la Selección jugando ante Irak el jueves pasado y contra Brasil el martes próximo.
Sin la pelota rodando por el torneo local, es bueno pisarla y ponerla bajo la suela para pensar por qué algunas de las cosas que suceden en los alrededores de los estadios parecen que nunca cambiarán, a pesar de que benefician a unos pocos -fuera de la ley- y perjudican a todos los que, movidos por la pasión, se acercan a ver un partido de fútbol.
El pie para hacerlo, esta vez, es una foto de archivo que esta semana subió la cuenta de la red social Twitter @HuracanRetro.
En la imagen, de 1929, se observa la previa de un partido de Huracán -vigente campeón consagrado el año anterior- en el torneo de Primera división organizado por la Asociación Amateurs Argentina de Football.
Es la calle Luna, y los autos de la época son acomodados por nenes que actúan como los actuales “trapitos”. No hay registros del trato de los chicos hacia los dueños de los vehículos ni viceversa.
¿Podrían ser regentados por una incipiente “barrabrava” en Parque de los Patricios? Díficil saberlo. Pero vale sumar un dato. En 1929 ya habían pasado cinco años del primer crimen que se le atribuye a “La Doce”, la barra de Boca Juniors, cuando tras un clásico Argentina y Uruguay se vio a un hombre de sombrero negro asesinar al uruguayo Pedro Demby, de 22 años, porque lo había cargado por el triunfo “charrúa” ante la “albiceleste”.
La investigación apuntaba a José Stella, más conocido como “Pepino El Camorrista” un “protegido del arquero de Boca, Américo Tesorieri, que desde chiquilín se paraba siempre detrás del arco de su ídolo, y al que los boquenses habían adoptado como mascota”, según se cuenta en el libro “Muerte y violencia en el fútbol” de Amílcar Romero.
“Pepino” usaba un sombrero negro como el que le vieron usar al asesino los testigos y que quedó tirado a menos de cuarenta metros del cuerpo de Demby. El “funyi” tenía la etiqueta del comercio donde había sido comprado: Casa Grande y Marelli, Almirante Brown 870, en pleno barrio de La Boca.
Para variar, como cuenta en su libro “La Doce” el periodista Gustavo Grabia, la investigación judicial no llegó a ninguna conclusión. Hay cosas que en 90 años no cambian…