El autor, a cargo de la investigación de los llamados “cuadernos de la corrupción”, señala que el despacho de López fue uno de los bastiones del reparto de obra pública.
Por Diego Cabot
De pronto, José López recordó varias cosas que hasta ahora se había negado a contar. Lopecito, como le decían aquellos que lo frecuentaron para disfrutar de su billetera durante 13 años, estaba solo. Era un hombre desahuciado, comentaba ayer un empresario que lo conoce.
Su declaración podría ser letal para la política. Su despacho fue uno de los principales bastiones del reparto de obra. Allí se cocinaban favores políticos que luego se canalizaban por obras públicas que a veces ni se llegaban a empezar. Todos los que golpeaban su despacho sabían que las reglas eran laxas: su billetera no requería demasiada rendición de cuentas. Esos pesos servían para lubricar la política en las provincias y los municipios.