Una muerte que parece absurda

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El 18 de agosto de 1848, la joven de alta sociedad Camila O’Gorman y el cura español Ladislao Gutiérrez fueron fusilados por orden del líder supremo de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, después de protagonizar una fuga histórica.

Resulta fácil dejarse seducir por la poética de los escritores y los cineastas para erigir el mito de Camila O’Gorman, 170 años después de su fusilamiento en la cárcel de Santos Lugares. Juana Manuela Gorriti (en “Camila O’Gorman”), Enrique Molina (en “Una sombra donde sueña Camila O’Gorman) o María Luis Bemberg (en el film “Camila”) ya dieron una visión dramática de uno de los amores más grandes -y revolucionarios- del siglo XIX.

Incluso, el famoso artista alemán Rod Kratzenstein trazó una escena realista de ambas muertes sobre una litografía en cuya base escribió: “Sacrificio de Camila O´Gormnan y del sacerdote Ladislao Gutiérrez. Fueron fusilados por orden del tirano Juan Manuel de Rosas, en el campamento de Santos Lugares, el 18 de agosto de 1848”. Todo un editorial.

Sin embargo, la historia suele ser mucho más enrevesada que la poética literaria. Si uno analiza los diarios de la época en que se produjeron los asesinatos de Camila y Ladislao, verá que los unitarios en el exilio (supuestamente más civilizados que Rosas, de acuerdo con la historia liberal) hablaban del caso como un emblema del “libertinaje en las tierras del Calígula rioplatense” (Sí, así llamaban al gobernador). En tanto, el padre de Camila, Adolfo O´Gorman, pedía un “duro castigo” para los dos amantes y la alta sociedad rioplatense -con una profunda influencia de la curía- no admitía otra respuesta que la pena de muerte para “disuadir otros intentos similares”.

Es cierto -y está comprobado por la orden de ejecución- que fue Juan Manuel de Rosas quien ordenó los fusilamientos, pero el llamado “Restaurador de las leyes” tenía al decidir ese escarmiento un apoyo social tan grande como no lo tuvo ningún político hasta Juan Domingo Perón en los años ’40 y ’50 del siglo XX. Entonces, la historia de Camila podría ser contada también a partir de un tic muy usual entre los argentinos: “Yo no lo voté”. Es decir, la gran mayoría de los habitantes de Buenos Aires apoyó primero las leyes absolutistas (y, vistas con la óptica actual, sanguinarias) de Rosas y luego se horrorizó de sus consecuencias.

Los datos fríos indican que Camila tenía 19 años cuando conoció a Ladislao Gutiérrez, párroco de la iglesia Nuestra Señora del Socorro. En poco tiempo, se enamoraron e iniciaron una relación favorecidos por el hermano de Camila, compañero de Ladislao en el Seminario. Como eran conscientes de la imposibilidad de llevar adelante su romance, decidieron fugarse al norte del país. A mediados de diciembre de 1847 llegaron a Goya, en la provincia de Corrientes, y consiguieron pasaportes falsos a nombre de Valentina Desan y Máximo Brandier.

En vez de seguir hacia Brasil o Paraguay, decidieron quedarse en Goya y abrir una escuela para la comunidad. Ese fue el error: Ladislao fue descubierto por un sacerdote que estaba de paso y que lo denunció a las autoridades. La gobernación encarceló a la pareja el día 16 de junio de 1848 y le dio aviso a Rosas.

Los historiadores mejor informados sobre el caso estiman que Camila le escribió un pedido de clemencia a su amiga Manuelita Rosas, ya que existe una carta de Manuelita -fechada del 9 de agosto de 1848- en la que afirma haber intercedido ante su padre. Además, la hija del Restaurador le pide a Camila que sea “fuerte”, en un presunto adelanto de la negativa que se esperaba de “don Juan Manuel”.

A mediados de agosto de ese mismo año, Camila y Ladislao fueron trasladados desde Goya a la cárcel de Santos Lugares. Rosas finalmente ordenó que fueran fusilados al día siguiente de su llegada. Uno de los datos curiosos del caso es que se conserva un mensaje de la noche anterior a la tragedia: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te abraza tu Gutiérrez”. La nota fue escrita por Ladislao al enterarse de que Camila correría su misma suerte.

La sentencia se cumplió el 18 de agosto de 1848. Como estaba embarazada, Camila fue asesinada de un tiro en la boca. Apenas tenía 20 años y había protagonizado un amor épico que quedaría para siempre en el recuerdo de los porteños. El “affaire” conmocionó tanto a la sociedad de la época que su fusilamiento se convirtió en el hecho que más desprestigio le causó al omnipotente gobernador de Buenos Aires, inclusive entre muchos que lo idolatraban hasta ese día como a un dios.

Por eso, cuando en 1856 (tres años después de la caída de Rosas en la Batalla de Caseros) un tribunal le dictó pena de muerte a Clorinda Sarracán por el asesinato de su marido, un pintor italiano, el fantasma de Camila sobrevoló Buenos Aires. La primera feminista del Río de la Plata, María Josepha Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velasco y Trillo, viuda de Thompson, viuda de Medeville (para abreviar Mariquita Sánchez) impidió que se cumpliera la sentencia con una suscripción popular de firmas.

“No podemos hacer lo mismo que El Tirano”, le dijo Mariquita a sus amigos, todos rioplatenses con influencias políticas, cuando no ministros de Justo José de Urquiza o futuros presidentes. De más está aclarar que se refería a “Don Juan Manuel”, quien ordenó bajo la presión de la Iglesia católica y la alta sociedad bien pensante fusilar a Camila.

Clorinda Sarracán, que también estaba embarazada en el momento en que se debía cumplir la sentencia, recibió una conmutación de pena y fue salvada a último momento de la horca. El fantasma de Camila y “la persona con más cojones en el Río de la Plata”, como la definió su amigo Domingo Faustino Sarmiento, lo habían logrado.

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