En defensa del arquero

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A mis ojos, entornados por mirar un poco para afuera y otro poco para adentro, Sven Ulreich (29), que saltó ayer a la fama internacional a causa de haberle facilitado a Benzema el segundo gol de Real Madrid, cometió sí una pifia decisiva, como siempre lo son las fallas del arquero. Dejado sentado esto, digo que hay un claro responsable anterior, que fue quien provocó la jugada fatal de Ulreich: el centro medio de Bayern Munich,  CorentinoTolisso (23), que le pasó a su guardavalla la pelota envenenada, sin siquiera mirar que se acercaba Benzema completamente solo, olfateando el regalo que recibiría.

Esta maldita costumbre de jugar para atrás hasta el punto de hacer participar obligado al arquero en el tiqui-taca, última novedad del amariconado fútbol de la época, ha calado hondo en las mentes nubladas de los futbolistas de cualquier equipo. Ese pase traicionero, en el caso de Ulreich tomó al arquero por sorpresa, agravado por la presencia cercana del delantero del Real, que él sí veía con toda claridad. En la precipitación consiguiente hizo todo mal, lo que aunque no lo exculpa del gol, explica el minuto trágico que vivió y la repercusión que tuvo en las redes sociales.

El juego para atrás en mis tiempos recibía la rechifla de los propios hinchas del jugador que lo utilizaba. Era, sin ningún lugar a duda, un recurso maricón. Hoy, con el gobierno instaurado de mantener la pelota en poder hasta la última instancia, se ha facilitado la acción de los inhábiles, que descansan sus mentes haciendo la fácil: el pase para atrás. Lo vemos cientos de veces por partido. (Y en casa me escuchan las cosas que digo cada vez que sucede, o sea todo el tiempo).

Es el antifútbol. La idea del fútbol es que se trata de un juego de habilidad, repentización, velocidad física y mental y, sobre todo, búsqueda del gol por medio del ataque profundo contra el arco rival. Nunca tirando pelotas contra el propio. Pero  esto es más cómodo. Por eso lo han adoptado todos. Y lo autorizan y hasta recomiendan los técnicos.

La nefasta cantinela de “poseer la pelota”, transformada erróneamente en el camino hacia el gol (quien tiene la pelota tiene la chance de anotar), provoca una pérdida de tiempo y de ritmo enorme al cabo de un partido. Y llega a confundir a jugadores y público hasta no saber para dónde está el arco rival. Todos quieren ser “el dueño de la pelota” en detrimento de un maravilloso espectáculo desnaturalizado porque los DT no quieren arriesgar. Entonces prefieren no jugar. Para colmo del fatalismo que hemos elegido vivir, el público aplaude fervoroso a cualquiera que tenga su camiseta preferida puesta, le haya brindado o no la emoción esperada.

* Periodista emérito

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