EEUU. Trump: El poder de la negación

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En el “reality show” en el que se ha convertido -más bien siempre lo fue, desde el día 1- la presidencia de Donald Trump, el cambio de personajes es un prerrequisito para mantener a la audiencia interesada, sobre todo porque el personaje central no cambia.

Y si de mantener el interés se trata, es muy posible que en los próximos días el mercurial primer mandatario estadounidense vuelva a sacudir la atención de su fiel audiencia con nuevos cambios en el elenco estable de la Casa Blanca, que, dicho sea de paso, ha sufrido en poco más de 13 meses de gestión la deserción o el despido de 19 funcionarios. Un récord absoluto.

En lo que los analistas llaman una Casa Blanca dominada por el “caos”, pero que el presidente prefiere calificar de “llena de energía”, las horcas caudinas parecen prepararse para su actual jefe de gabinete (Chief of Staff) general John Kelly, su asesor de Seguridad Nacional, general Herbert McMaster (a Trump le gustan los generales) e, incluso, para su hija Ivanka y su esposo Jared Kushner.

Kelly fue designado a mediados del año pasado para poner orden precisamente en una administración caótica, donde, literalmente, cualquiera podía llegar al despacho presidencial y ponerse a hablar con el presidente. Muchas veces para dejar en sus oídos ideas alocadas o extremas, que son las que su base de votantes espera como parte del “reality show” al que suscribieron en noviembre de 2016.

Kelly, un Infante de Marina que como todo militar gusta del orden y de las precisas cadenas de mando, comenzó a limitar los accesos a Trump, filtrar la información que llegaba a su escritorio y, en general, poner orden al proceso de gobernar la compleja maquinaria de la -hasta ahora- mayor potencia económica y militar del planeta.

Pero el orden no es precisamente un ámbito en el que Trump se desenvuelva con gusto. Su carrera como empresario estuvo siempre signada por el caos, las quiebras, los golpes de efecto, el show business.

Por otra parte, el imponente general cometió la infidencia de criticar en sendas entrevistas a su jefe, pecado que en “trumplandia” es siempre castigado con el destierro. Obviamente, ante la creciente ola de rumores de que Kelly está por ser despedido, Trump se apresuró a tuitear este fin de semana su plena confianza en su Chief of Staff. 

Observadores imparciales le han recomendado a Kelly que empiece a actualizar su perfil en LinkedIn.

Sucede que Trump parece tener una peculiar inclinación por elogiar antes de despedir a alguien. El 13 de febrero de 2017 mandó a una de sus fieles voceras, Kellyanne Conway, a asegurar ante las cámaras de TV que el presidente tenía absoluta confianza en su por entonces asesor de seguridad nacional, Michael Flynn. Siete horas después el general Flynn renunció, acosado por las denuncias de que durante la campaña electoral había mantenido encuentros no revelados con agentes rusos.

EL 3 de mayo de ese año Trump dijo que tenía “confianza” en el por entonces jefe del FBI, James Comey, quien tres días después fue inceremoniosamente despedido, precisamente por investigar la conexión rusa de la campaña de Trump.

Su principal estratega Stephen Bannon estaba bajo fuego por haberse peleado con cuanto funcionario de la Casa Blanca y legislador que se cruzara en su camino. Al consultársele a Trump sobre su ladero, dijo: “Ya veremos”. Dos días después fe eyectado.

Con lo que evidentemente el general Kelly no debería tomar el apoyo de Trump como garantía de seguridad laboral ni mucho menos. Quienes están cerca de Trump han dejado saber que el mandatario está molesto por lo que considera unos intentos de Kelly de “manejarlo”, lo mismo que el general McMaster, quien no participó en la decisión del presidente de sentarse a hablar con el pintoresco líder de Corea del Norte, Kim Jong-un (tema de otra nota).

Más significativo es que las horas de su hija Ivanka y su yerno Jared estén contadas. La pareja que ocupa oficinas en la Casa Blanca con funciones difusas no ha aportado hasta ahora logro alguno a la gestión y, en el vaso de Kushner, además, ha sido causa de preocupación toda vez que su certificación de seguridad (security clearance), que es la que permite acceder a distintos niveles de secretos de Estado, fue revocada después de haberse descubierto contactos “non sanctos” con agentes extranjeros.

El yerno presidencial está endeudado hasta las cejas y, según la inteligencia norteamericana, es un blanco fácil para la extorsión de potencias extranjeras, por lo que no puede acceder a secretos importantes del país que gobierna su suegro.

Lo que pocos señalan es que Ivanka y Jared son demócratas y han tratado de moderar a Trump en algunas de sus políticas sociales más regresivas (eliminación de protección a consumidores, medidas que afectan el medio ambiente, discriminación de homosexuales), esfuerzo en el que han fracasado también estrepitosamente. Pero que también se suman a los esfuerzos por controlar al poco domesticable ocupante del Salón Oval.

Si Trump quiere ser reelecto en 2020 deberá ganar las elecciones de noviembre de este año. Para eso, apuesta a todo o nada a movilizar a su base de votantes, que deliran de alegría con cada medida o declaración que promueve la excepcionalidad de los Estados Unidos, la discriminación de minorías y el desprecio por las reglas de juego internacionales.

Es en este contexto que Trump decidió poner tarifas a la importación de acero y aluminio bajo la falsa pretensión de defender la seguridad nacional. La medida es un guiño a una parte de su base de votantes, trabajadores industriales, que ven en el plutócrata un abanderado populista que los defenderá de la globalización (La decisión, dicho sea de peso, provocó la renuncia de su principal asesor económico, Gary Cohn).

Como decía un personaje de la película “Belleza americana”, “nunca hay que subestimar el poder de la negación”.

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