La conocida expresión “mono con navaja” apunta a señalar que una persona sin preparación o conocimientos, pero con poder, puede infligir muchísimo daño, lo mismo que un primate con una afilada arma en sus manos.
Y si bien esta columna no ha sido nunca seducida por los cantos de sirena del inefable ocupante de la Casa Blanca y su presunta, y paradójicamente plutocrática, cruzada para defender a los que menos tienen, tampoco calificaremos al presidente de los Estados Unidos de mono.
Pero, sin dudas, hace enormes esfuerzos para ganarse esa descripción.
Donald Trump, una vez más, ha decidido que el “reality show” que lo tiene como protagonista de una serie donde él es presidente de un poderoso país, tenga un nuevo capítulo que promete levantar el rating y mantener en el borde de sus asientos a la audiencia, en este caso el mundo entero, que trata de descifrar los imprevisibles movimientos del septuagenario magnate inmobiliario.
A esta altura de su gestión, la saga de Trump -un hombre que está haciendo su pasantía en política directamente en la Casa Blanca, como presidente- podría interpretarse en clave cómica, pero el Donald no es el oscuro dictador de algún país insignificante. Mal que nos pese a todos, los arrebatos, incoherencias e ignorancias del mandatario estadounidense tienen impacto global.
La decisión de imponer tarifas a la importación de acero y aluminio, inesperada y contra la opinión de la mayoría de sus asesores y aliados parlamentarios, y que puede desembocar en una guerra comercial a escala planetaria, es la última de una serie de medidas impulsivas, anunciadas generalmente vía Twitter.
Las tarifas planificadas por Trump impondrían, en efecto, un impuesto del 25 por ciento sobre el acero importado y del 10 por ciento sobre el aluminio comprado en el exterior. El objetivo es contrarrestar a China, Rusia y otros países que han inundado los mercados globales con productos baratos y han hecho más difícil que la industria siderúrgica estadounidense compita.
Si se ponen en práctica, las tarifas elevarían el precio del acero y el aluminio, afectando singularmente a los fabricantes de automóviles, de bebidas y otras industrias que necesitan esos materiales, lo que aumentaría los precios para los consumidores y muy posiblemente eliminaría puestos de trabajo, según han advertido expertos.
Pero es casi seguro que los aranceles provoquen una respuesta de China y Rusia, e incluso aliados comerciales como Canadá, el principal exportador de acero a los Estados Unidos. El viernes, la Unión Europea amenazó con tomar represalias al imponer aranceles propios sobre algunos bienes de EEUU, incluidos blue jeans, bourbon y motocicletas.
Más allá de los efectos económicos, Wall Street y otras bolsas cayeron el jueves para recuperarse algo el viernes especulando (o rezando para que así sea) con que el anuncio de Trump no es más que una táctica negociadora. No obstante, su anuncio revela cómo funciona su gobierno, una especie de caos gerenciado por el magnate de la misma forma que administraba su empresa familiar de construcciones de edificios lujosos.
Esta compulsión por tomar o anunciar medidas sin consultar a expertos de su propio gobierno y que lanza por Twitter en la madrugada (ya quedó acuñada su frase “las guerras comerciales son fáciles de ganar”) es lo que preocupa a la mayoría de los observadores, porque si lanza una guerra comercial global a toque de Twitter, ¿qué le impediría lanzar una guerra con Corea del Norte u otro país que se cruce en su camino?
La cadena NBC en un informe especial reveló que “la maniobra política de Trump … fue anunciada sin revisión interna por parte de abogados del gobierno o su propio personal, según un documento interno de la Casa Blanca”.
De acuerdo con dos funcionarios, la decisión de Trump de disparar una potencial guerra comercial nació de su ira por otros problemas que se desataron y es el resultado de la falta de mecanismos en su Administración para el análisis de opciones y toma de decisiones sopesadas después de ser estudiadas en profundidad.
Trump ha hecho alarde de no leer reportes ni análisis de expertos. Los servicios de inteligencia han tenido que modificar el informe diario (el briefing presidencial), que además Trump recibe casi al mediodía contra las 8 de la mañana de George Bush y las 9 de Barack Obama, y le han debido agregar fotos, figuras y cuadros multicolores para no perder la atención del presidente, que parece no poder dedicar más de 10 minutos a un tema.
Según la NBC, la decisión de Trump fue producto de una semana frustrante para el primer mandatario. Por un lado, la ex modelo y directora de Comunicaciones de la Casa Blanca, Hope Hicks, debió renunciar después de admitir que había dicho “mentiras blancas” en relación con los vínculos de la campaña de Trump y Rusia en 2016.
Hicks, una típica chica Trump muy bella y esbelta, era no sólo su directora de Comunicaciones (cargo que tuvo tres dueños en poco más de un año) sino que era de las pocas personas que podía manejar los exabruptos de Trump y ser tanto una consejera como la responsable de que sus pantalones estuvieran siempre sin arrugas.
A la renuncia de Hicks se sumó la “degradación” de su yerno, Jared Kushner, a quien se le retiró el acceso a documentos considerados “top secret” debido precisamente a sus turbios contactos internacionales. Kushner, que está fuertemente endeudado, podría ser un blanco de extorsiones debido a su cercanía con el Presidente y al cargo de asesor que ocupa.
Y a eso se le suma la continua investigación de la participación de Moscú durante la campaña electoral de 2016 en manos de un investigador especial que parece avanzar sobre intereses financieros de Trump en el exterior.
Este cóctel, según la NBC, llevó al presidente a estallar y decidir que la mejor forma de expresar su frustración era declarando una guerra comercial.
“Durante 13 meses en la Oficina Oval, Trump ha prosperado en el caos, usándolo como un factor organizacional e incluso como una herramienta de gestión. Ahora los costos de ese caos son cada vez más claros en el desmoralizado personal y el desorden político de la Casa Blanca”, apuntó sin vueltas este sábado The Washington Post.
Una terrible definición para lo que los estadounidenses llaman “la oficina más poderosa del mundo”.