El amplio triunfo de Cambiemos lo consolidó como la primera fuerza nacional con el peronismo desunido como dato. La construcción de CFK y el futuro del PJ, las incertezas.
La “ola amarilla” replicó en estas elecciones legislativas a la “primavera alfonsinista” de 1985. No hay otro antecedente similar. Cerca de la medianoche de este domingo, Cambiemos, la alianza entre el PRO de Mauricio Macri, la Coalición Cívica de “Lilita” Carrió y la UCR está cerca de ganar al menos 21 diputados hasta sumar 107, lo que la convierte en la primera y holgada minoría. En el Senado, sumaría nueve legisladores hasta llegar a 23, con lo que también se convertiría en el primer bloque, por encima del peronismo.
El kirchnerismo se vio doblemente derrotado: Cristina Kirchner apenas pudo “pescar” fuera de su estanque y quedó relegada al segundo lugar en la provincia de Buenos Aires, detrás del oficialismo encarnado por su candidato, Esteban Bullrich, que sí se benefició de una mayor polarización y le robó casi cuatro puntos a Sergio Massa. La ex presidenta se encontrará con un bloque escueto en el Senado, que además ya anunció que dividirá para enfrentarse al peronista Miguel Pichetto.
La decadencia de Massa es otro dato de esta elección. Se preveía, pero fue peor. De la brillante elección de 2013, donde su soberbia -como él mismo admitió- lo llevó a creer que su llegada a la Casa Rosada era una autopista asfaltada, pasó a su actualidad, en la que perdió 16 diputados, la misma cantidad que ganó el peronismo de los gobernadores, que se libraron del yugo del kirchnerismo.
Florencio Randazzo logró retener su caudal de las PASO, sufrió menos fugas que Massa probablemente porque los peronistas que lo votaron lo percibieron más alejado del macrismo que el ex intendente de Tigre. A Cumplir le creyeron más que a 1País.
La “ola” avanzó sobre Córdoba y Santa Fe, el núcleo productivo de la Argentina, que se benefició de las primeras medidas que tomó Macri a comienzos del año pasado para beneficiar al campo. También sobre Salta, donde con rapidez el gobernador Juan Manuel Urtubey admitió su derrota. Y ratificó triunfos anteriores en las PASO como el de Mendoza, aunque más amplios.
Pocos se salvaron del tsunami: los Rodríguez Saá en San Luis y Carlos Verna en La Pampa, pero nadie más.
El triunfo de Carrió en la Capital, por anunciado no deja de sorprender. La mitad de los porteños le dio su aval a Macri y descartó de plano al sucedáneo del PRO en el distrito, Martín Lousteau, que fue superado incluso por el “robot” de CFK en la Ciudad.
Otra vez, como en el caso de Massa, por sus idas y vueltas, por su “marketinismo” sin gestión, el ex embajador en Washington con Macri y ex ministro de Economía con Cristina pagó caras sus inconsistencias. Que vivamos épocas “líquidas” en política no significa, necesariamente, que todo vale.
Del lado del oficialismo se confirmaron algunas percepciones. La potencia electoral de María Eugenia Vidal, por ejemplo, con su combo de eficientismo y emoción, de la mano de la estrategia exitosa del vilipendiado Jaime Durán Barba, que ha demostrado mantener mejor sintonía son la realidad social que muchos de los punteros históricos -peronistas o no- de la Provincia.
El otro dato político importante es que Macri y su gobierno se vieron significativamente fortalecidos para los tiempos de ardua negociación que se avecinan, en los que a pesar del amplio triunfo deberá mostrar una enorme capacidad de diálogo, el que sin duda se verá facilitado por la performance electoral, como ya lo anticipa la vocación de “conversar” del peronismo legislativo y la cúpula de la CGT, a los que se sumarán sin duda los gobernadores del PJ.
En este contexto, Cristina podrá mostrar el resultado de este comicio en territorio bonaerense, pero nadie se engaña en el peronismo: se trata más de un espejismo que de una realidad porque los intereses de los nuevos “barones” del Conurbano ya no coinciden con los de la ex presidenta. Los intendentes bonaerenses que se “colgaron” de las polleras de Cristina salvaron sus ropas pero deben estar pensando hace unas horas cómo harán para salvarlas en 2019, aunque eso será otra historia.
Su discurso de esta medianoche fue también previsible. Insistió en la necesidad de unir fuerzas con los que se oponen al modelo “ajustador” del macrismo, pero parece difícil que encuentre interlocutores, dentro o fuera del peronismo del que ella se fue. La “construcción” de la nueva “base” política no será sencilla, y dependerá en buena medida del verdadero impacto de las políticas económicas del oficialismo. Y de la capacidad de interlocución del cristinismo, que tiene 37 puntos en el distrito más poblado del país y a nadie enfrente, todavía, que puede discutirle el liderazgo.
Como pretendía Eduardo Duhalde desde que se peleó con Néstor Kirchner, en 2004, CFK parece haber adquirido ahora aquel rol de “bombera”: habrá que ver si la irresponsabilidad la gana, con la desesperación, como para convertirse a la vez en piromaníaca, como estilaba hacer el duhaldismo cuando veía que se alejaba del poder. La distancia entre Cristina y el poder será directamente proporcional al eventual fracaso económico de Macri.
Por último, está claro a esta altura que Macri no es el neoliberalismo de los noventa ni la derecha fascista de los setenta. Cambiemos interpreta mejor que los partidos tradicionales el estado de ánimo de las masas, para usar una categoría en desuso.
Entretanto, el tiempo que viene irá aportando muchas de las respuestas que hoy son solo incertidumbre.
* Director de gacetamercantil.com